La Universidad de Guadalajara, mediante el proyecto del Museo de Ciencias Ambientales del Centro Cultural Universitario, y con apoyo de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, convoca al Premio Ciudad y Naturaleza José Emilio Pacheco. Al galardón, dotado de diez mil dólares estadounidenses, podrán participar todos los escritores y narradores en idioma español. Deberán abordar el tema referente a la naturaleza, la sustentabilidad urbana, la armonía socioecológica y el cuidado ambiental. Este galardón está bautizado en memoria del poeta José Emilio Pacheco, cuyo trabajo trascendió al explorar la aparente dualidad entre la ciudad y la naturaleza.
Creado por la Universidad de Guadalajara, en colaboración con el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas, la Secretaría de Cultura, la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, la Secretaría de Educación Jalisco y la Secretaría de Cultura Jalisco, el Premio de Literaturas Indígenas de América tiene el objetivo de enriquecer, conservar y difundir el legado y riqueza de los pueblos originarios mediante los diferentes géneros del arte literario, así como reconocer y difundir la trayectoria y obras de autores indígenas. Dotado de 300 mil pesos mexicanos, el premio se entregará en su décima edición en el marco de la FIL Guadalajara 2022.
Ruperta Bautista
El Premio Iberoamericano SM de Literatura Infantil y Juvenil se puso en marcha en 2005, Año Iberoamericano de la Lectura, con el propósito de impulsar la literatura infantil y juvenil en toda Iberoamérica. El objetivo de este premio es el reconocimiento a aquellos autores que hayan desarrollado su carrera literaria en el ámbito del libro infantil y juvenil. Dotado con 30 mil dólares, se entrega cada año en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
Irene Vasco
Con el fin de crear una red que ayude a difundir la obra de los ilustradores de libros para niños y jóvenes en Iberoamérica, Fundación SM y la FIL Guadalajara convocan al 15 Catálogo Iberoamérica Ilustra. Las obras seleccionadas se montarán como exposición en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
www.iberoamericailustra.comMartha Elena Saint Martin Luengas
¡Al ruedo! Ocho talentos mexicanos
Autores 2019
Para más información contacte a:
Araceli López , responsable de América Latina e Invitado de Honor, al teléfono (+52) 33 3810 0331, ext. 921
Nací en Querétaro en 1987, pero residí durante casi dos décadas en Guadalajara. Desde mis primeros años me sentí atraída por la literatura, y en la adolescencia comencé a escribir historias breves. Dados los antecedentes, estudiar letras modernas en español en la Universidad Autónoma de Querétaro, me pareció lo más sensato. Al terminar di un salto a la Ciudad de México.
Publiqué mi primer libro de cuento en 2013. Tusitala de óbitos (Pictographia Editorial) inscrito dentro del género fantástico. En 2014 fui becaria del programa Jóvenes Creadores del Fonca, cuyo resultado fue mi segundo libro de cuento, enfocado en el terror: El vals de los monstruos (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2018). En 2017 fui becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas, donde trabajé mi tercer libro de cuento sobre ficción histórica, que está por ser publicado.
Escribo ensayos y reseñas literarias para diversas revistas y suplementos culturales, y algunos de mis relatos han sido incluidos en antologías como Lados B (Nitro/Press, 2018) y Ruta 80 (Selector, 2019).
Este año coordiné, junto con Miguel Lupián, la antología de cuento fantástico Gabinete de historias extraordinarias (Universo de Libros, 2019).
Fragmento de “Puedo soñar que ocurrió”
Un año de trabajo de Carlos se convirtió en un maletín negro de plástico que contenía muerte. De una pistola y tres balas dependía el éxito de su empresa.
Solía leer los periódicos a diario, y llevaba un registro de las promesas del mandatario y lo que en realidad sucedía en México. Cuando leyó la noticia de que Díaz Ordaz estaría en el Monumento a la Revolución para celebrar el aniversario de la promulgación de la Constitución, decidió que era tiempo.
Salió con el maletín antes de las doce del día. Un cielo despejado y el buen clima le auguraban una cacería favorable. Cerca del punto elegido, la cantidad de gente en las calles lo abrumó. No quería generar caos ni herir inocentes, solamente debía acabar con quien, año y medio atrás, condenó a tantos.
Caminó sobre Insurgentes hasta llegar a Gómez Farías. Sorteaba gente estática que admiraba el convoy: los elegantes automóviles negros con ventanas polarizadas pasaban frente a él sin darle importancia. Demasiado nervioso y preocupado por no errar el tiro, se encomendó a Dios al tiempo que sacaba la Luger del maletín y se la escondía en el cinturón. El metal congelado del cañón contra la piel le recordó su mortalidad y el destino incierto de su alma. Entrecerró los párpados al pensar de nuevo que ya estaba condenado y siguió avanzando.
Un padre de familia con un niño pequeño en brazos señalaba el tercer vehículo de la fila anunciando que Díaz Ordaz viajaba en él. Carlos se detuvo y encañonó al auto aludido. Éste frenó después del impacto y la caravana se detuvo. El hombre, pasmado y aturdido, no quitó la vista del arma humeante mientras cubría la cabeza del niño y jalaba a una mujer hacia el edificio que estaba detrás. Los gritos comenzaron a perderse entre el sonido de una multitud de cuerpos en movimiento.
Ancira, Lola. “Puedo soñar que ocurrió”. Cuento publicado en la revista Punto de partida núm. 211, Nuevos Ecos del 68.
Disponible en: http://www.puntodepartida.unam.mx/index.php/1099-no-0211/2072-211-nuevos-ecos-del-68-puedo-sonar-que-ocurrio-lola-ancira
Nací en el mes nueve de un día nueve. La numerología dirá que tiendo al romance, yo digo que escribo en torno a ello. Apalabro el cuerpo, indago en su complejidad (sensible y pensante) para explorar los estratos más íntimos del ser. Diré que la culpa la tuvo mi abuela: como no me dejaba salir a la calle a jugar con los demás niños, mi opción era sentarme a escribir frente a la ventana. Tal vez, desde entonces (me pienso a mí misma en mis ocho años), de alguna mágica manera comencé a entender a la literatura como análoga del deseo: un mover las cortinas para espiar a través de la ventana, un anhelo por alcanzar algo que, de fondo, siempre estará vedado. Ahí la trampa y la maravilla del lenguaje.
Un cartel pegado en un microbús me llevó a estudiar letras y no me detuve hasta hacer un posdoctorado en la Universidad de Buenos Aires, Argentina. Publiqué en Tierra Adentro mis dos primeros libros de cuentos: La memoria del agua y En el jardín de los cautivos (Premio Nacional de Cuento Julio Torri), tuve la beca de la Fundación para las Letras Mexicanas y la del Fonca Jóvenes Creadores (nacional y estatal), y aunque tardé en volver a publicar narrativa, Tangos para Barbie y Ken (Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen), nunca he dejado de escribir. A mi tesis de doctorado, por ejemplo, la limpié de tecnicismos y la publiqué como Poética del voyeur, poética del amor. Juan García Ponce e Inés Arredondo (Premio Bellas Artes de Ensayo José Revueltas).
Mi camino ahora es la novela, ese que apenas empieza con Jugaré contigo.
Fragmento de Jugaré contigo
Una fuerte palpitación entre las piernas la arrastra hacia Levent por primera vez, un sudor frío le cosquillea la espalda: yace en la cama, descalzo, con el arrugado pantalón de lino y la camisa arremangada hasta los codos. Susana levanta los brazos para quitarse la blusa blanca de hombros descubiertos, desbarata la trenza para dejar caer su cabello negro y ondulado en la espalda, justo a la cintura, donde empieza el elástico de la falda. Se arrodilla en la alfombra, frente a la cama.
Desconcertado, Levent gira la cabeza para mirarla. Quiere levantarse, pero ella, con la mirada, le dice “no” y en un movimiento, cálido y preciso, atrapa uno de los pies con la boca y comienza a chupar.
Luminosa, feliz, de rostro alargado, Susana le da nueva vida a Levent: bautiza los pies con su saliva caliente y una multitud de pequeñas mordidas. Él siente un correr de escalofríos en las ingles. Por largo rato, ella relame el dedo gordo y mordisquea los demás. Como si recorriera las teclas de un cansado piano, con su lengua joven y hambrienta llena de saliva las uñas cuadradas y disparejas. Ansía acostumbrarse al sabor de Levent, a su olor a hierba machacada, a camino recorrido.
Desde el borde de la cama estira un brazo para frotar el bulto que crece debajo del pantalón. Con su aliento tibio sopla alrededor del pie para secar la saliva. Levent se abandona a las caricias, al calor de ella que despierta su propio calor, a la mano diestra que engrosa su carne. Lentamente, se deja hundir en una tierra sin nombre, donde sólo reinan el país y el idioma del cuerpo de Susana.
Buendía, Maritza M. (2018) Jugaré contigo. México: Alfaguara.
Soy narrador y ensayista. He escrito la novela Las mutaciones (en México la publicó Ediciones Antílope en 2016; en España y Latinoamérica acaba de publicarla Seix Barral) y el ensayo Yonquis de las letras (en la editorial madrileña independiente La Huerta Grande, 2017). Me interesa escribir con humor e irreverencia, muchas veces sobre temas relacionados con la ciencia, sobre todo la física y la biología. He publicado ensayos personales y crónicas en revistas como Nexos, Tierra Adentro, Letras Libres y Este país. Colaboro en los consejos editoriales de Este país y de la Revista de la Universidad de México, donde fui editor un año. Coedité una antología de poesía novohispana llamada Entre frondosos árboles plantada (México, Secretaría de Cultura, 2018) y he sido becario de la Fundación para las Letras Mexicanas y del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Escribí un ensayo biográfico sobre el biólogo Isaac Ochoterena para El Colegio Nacional, y actualmente estoy trabajando en una novela.
Fragmento de "Mi tercer tatuaje"
Mi primer tatuaje es invisible. Me costó cuatro mil pesos en un tugurio de León, Guanajuato, llamado Wateke Ink. Me enteré de que me lo había hecho después de que rechazaran mi tarjeta de crédito un viernes por la tarde, en una librería. Llamé al banco y me informaron que, además de tatuarme, me había gastado una fortuna en gasolina, a pesar de que no tengo coche (mi tarjeta, obviamente, había sido clonada).
¿Qué me pude haber tatuado en Guanajuato? ¿Una Virgen de Guadalupe en la espalda, unas fresas de Irapuato en el brazo, el logo del Partido Acción Nacional sobre el corazón? En el mejor de los mundos posibles me tatué una cita del más insigne escritor guanajuatense, Jorge Ibargüengoitia, acaso una de las primeras declaraciones del general Arroyo en Los relámpagos de agosto: “quiero dejar bien claro que no nací en un petate, como dice Artajo”.
Nunca había considerado tatuarme, pero haberlo hecho in abstentia en un lugar llamado Wateke Ink me incitó a repetir la experiencia conmigo presente. Cuatro años y varios fracasos existenciales después, por fin me decidí a hacer lo que en mi escuela describían como “profanar la Casa de Dios”. Opté por una obsesión perdurable: las últimas notas que escribió Johann Sebastian Bach (compás 239, contrapunto XIV, El arte de la fuga). Me lo tatué en el antebrazo derecho (como soy zurdo y le temo a la gangrena, preferí intervenir la extremidad ociosa). Ya han pasado más de dos meses desde que lo hice y todavía no me arrepiento de la profanación.
Dado que los tatuajes son una decoración perpetua, conviene estar muy seguros de nuestra relación a largo plazo con lo que uno se inscribe. Se trata de una decisión temeraria, una apuesta arriesgada por la perenidad; en ella se condensan las tres formas del tiempo. Como cicatriz de un proceso doloroso, el tatuaje es garantía de pasado, afirma: “éste fui”; como adorno visible en el presente, declara: “éste soy”; y como marca más o menos indeleble promete “éste seré”. Por eso escogí algunas figuras musicales, negras, redondas y corcheas, escritas por un genio cuya obra me gusta desde la cuna (mi madre contaba que a los tres años de edad yo le pedía “ponme mi violín”, refiriéndome a los conciertos de Bach para ese instrumento); al menos una vez a la semana escucho una pieza suya y quiero, como el oncólogo de Las mutaciones, morir escuchando la cantata BWV 82. Gracias a mi devoción por Bach y a la pulcra austeridad del tatuaje, estoy bastante seguro de que nunca renegaré de este amuleto subcutáneo.
Comensal, Jorge. (2018) “Mi tercer tatuaje” publicado en línea en https://cultura.nexos.com.mx/?p=16604
Nací en Salvatierra, Guanajuato, por casualidad, porque toda mi vida ha transcurrido en la Ciudad de México. De niña quería ser actriz, pero al crecer, mis virtudes histriónicas se esfumaron. Pensé que si no podía actuar, quizás podía escribir teatro. Mis primeros estudios literarios, inconstantes pero productivos, fueron en la antigua Sogem. La dejé cuando entré a la carrera de arquitectura, porque, en letras me iba a morir de hambre, decían, aunque no me importó tanto, porque a la mitad, también la dejé para entrar a la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, a la carrera de letras francesas. Al terminar letras me fui a viajar un mes, y pensé seriamente en no regresar porque no sabía si tenía algún sentido o futuro volver y retomar la literatura. Había escrito ya dos novelas, una peor que la otra, y que fueron a la basura en cuanto descubrí a Rulfo. Durante el viaje recibí un correo donde me decían que debía ir a una entrevista para una beca que había solicitado. Ese correo definió mi continuidad en la escritura. Volví y estuve becada durante dos años en la Fundación para las Letras Mexicanas en la disciplina de ensayo. Publiqué un libro de ensayos sobre ciudades y mapas titulado Locus: variaciones sobre ciudades, cartografía y la Torre de Babel, en la editorial Posdata. Después, obtuve la beca Jóvenes Creadores del Fonca, la primera vez en ensayo, la segunda en cuento. En 2015, mi libro de cuentos Panteón familiar ganó el Premio de Cuento San Luis Potosí, y en 2016 se publicó en el sello La Pereza. Desde esa entrevista, no he dejado de escribir.
Fragmento de Mnemotecnia
El personaje de esta historia poseía un talento poco común que, por lo demás, salvo cuando se lo proponía, no era la cosa más útil: la habilidad de hablar con las sombras. Lo descubrió una vez, de pequeño, oculto entre los libros del padre, cuando leyó al azar una línea en un tomo empastado en cuero: Mi nombre es Nadie. A partir de entonces, cada vez que abría un libro, se presentaba con variaciones de la misma oración: Mi nombre es Cuervo, Mi nombre es Ceniza, Mi nombre es Poeta Menor. Hay que decir que en el mundo de los hombres de carne nadie se ha acercado todavía a preguntarle: Oiga, ¿y usted cómo se llama? ¿Le apetece ir a tomar un café?
Nuestro señor es un hombre de costumbres. No por obsesivo, sino porque intenta confiar en el poder que ejerce la repetición sobre la memoria. Toma su café de las tardes desde hace años en el mismo lugar, compra sus camisas a rayas en la misma tienda, cena los sábados con su esposa en el mismo restaurante y pide los mismos platos esperando que los meseros se presenten con una sonrisa y la frase “¿Lo mismo de siempre, señor?”; pasa Navidad con su hijo en la casa de campo y en Año Nuevo pide siempre el mismo deseo. También aborda la ruta que va de Chapultepec a Miguel Ángel de Quevedo todos los días a las ocho de la mañana y conoce a cada uno de los empleados que trabajan en aquel paradero. Sin embargo, al abordar el camión, por ejemplo, el operador pasa su mirada a través de él sin pedirle el pasaje, y cuando él lo llama para exigirle que le cobre, el hombre lo mira de arriba abajo antes de extender la mano con una risa sarcástica. La escena se repite en todos los lugares que frecuenta, y los empleados siempre se excusan de la misma forma ensayada.
Este hombre conversa con sus visiones como si estuvieran presentes y a la vista de todos, o mejor dicho, como si él mismo adelgazara hasta colarse por una grieta en la dimensión paralela de los hombres sin rostro.
Córdova, Penelope (2016) Panteón familiar. La Pereza Ediciones
Cuento completo disponible en: http://www.uam.mx/difusion/casadeltiempo/22_nov_2015/casa_del_tiempo_eV_num_22_15_17.pdf
Nací en Hermosillo, en 1981. No entiendo la poesía y no me gusta el mar. Estudié literaturas hispánicas en la Universidad de Sonora. He publicado en revistas como Vice, La Tempestad, Tierra Adentro, Luvina, Pez Banana, Diez4, entre otras. Obtuve la beca Edmundo Valadés de Apoyo a la Edición de Revistas Independientes en 2009 por la revista Shandy (que aún intento mantener patológicamente con vida), la beca Jóvenes Creadores en categoría de Novela (2011-2012) con Teoría del Asperger, y la beca Residencias Artísticas México-Argentina 2014 con La maldición Naigu, las tres del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Gané el Concurso de Libro Sonorense 2014 con Kafka en traje de baño; en el género de crónica obtuve también el Décimo Premio Nacional Rostros de la Discriminación Conapred 2014 con "El origen del autismo", y el Premio Binacional de Novela Joven Border of Words 2015 por Los gatos de Schrödinger. En 2016 fui distinguido como Escritor Emergente en selección del Presente de las Artes en México de la revista La Tempestad. Fui acreedor de la beca Creadores con Trayectoria que otorga el Instituto Sonorense de Cultura y el PECDA-FECAS por la novela Todos me llaman pelmazo. He publicado los libros Kafka en traje de baño (Nitro/Press, 2015), Los gatos de Schrödinger (Tierra Adentro, 2015), Mil monos muertos (Buap, 2017) y Maten a Darwin (Caballo de Troya). Actualmente soy miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte, y aún me desconcierta que el atún sea colosal.
Fragmento de “Objeto a goza la muerte”
En los últimos cuatro meses, la relación amorosa de Ailen y Édgar ha tomado rumbos inesperados, ha dado un salto cuántico en la fenomenología del romance: de los besos en la boca pasaron sin percibirlo a compartir el baño simultánea y paralelamente. No saben cómo pasó. Un día estaban los dos ahí adentro y ya. Él, bajo el chorro de agua. Ella, sobre el excusado. Descubrieron que es permisible que, mientras uno se ducha, el otro cague sin el menor asomo de vergüenza o de incomodidad.
Separados por una cortina azul que no impide el paso de las flatulencias, el chico lava sus testículos con lentitud y mesura. Piensa que el vello genital también debe recibir los mismos cuidados que la barba y el cabello, así que masajea con parsimonia el escroto, haciendo pequeños círculos como si desvaneciera los nudos musculares de la espalda de dos pequeños duendes con estrés. La novia, por su parte, gana tiempo leyendo una revista psicoanalítica. Quiere desarrollar un ejercicio para perturbar la defensa, desbaratar el orden, desmontar ese edificio mental que se ha construido como abrigo en contra de las pulsiones. Piensa en el paciente que tiene que ver esta tarde, en su viñeta clínica. Ha comprendido, de manera superficial, que las interpretaciones pueden lograr molestar esta defensa, pero no todas inciden en lo Real. Mira el pantalón arrugado en los tobillos. Entre los pliegues de tela, localiza el bolsillo trasero, extrae un pedazo de papel, un dibujo del nudo borromeo, una suerte de pauta metodológica que le permite concebir los conceptos de la extraña topología lacaniana.
Un manotazo en la aspersión.
Ailen deja caer su recorte con el sobresalto. Pregunta, tratando de ocultar su espanto:
—¿Qué mierda fue eso? ¿Estás aplaudiendo?
—No. Fue un mosquito.
—No sonó como un mosquito —bromea y se cubre la boca, intentando contener la risa.
—Es decir, maté un mosquito —limpia la sangre de su antebrazo—, con la palma de mi mano. Lo aplasté, fue asqueroso.
Félix, Franco. “Objeto a goza la muerte”. Publicado en: https://luvina.com.mx/foros/index.php?option=com_content&task=view&id=2323&Itemid=69
Comencé a escribir cuando me di cuenta de que las historias que imaginaba me pertenecían. Estudié letras hispánicas en la Universidad de Guadalajara, luego de desertar de la carrera de medicina por influencia de Juan José Arreola (él ya había muerto, pero la noche previa al examen final de embriología leí completo Memoria y olvido: la decisión estaba clara). Otros autores que me marcaron en esa juventud fueron James Joyce, Sylvia Plath, Laurence Sterne, sor Juana y Salvador Elizondo.
Mi camino por el mundo editorial empezó como corrector de estilo, en Ediciones Arlequín. También he trabajado como editor y traductor, oficio que estudié en la Organización Mexicana de Traductores. Además del trabajo de freelance he traducido novelas de Joe Meno y Mark Twain. Por azares laborales llegué al periodismo en 2010, primero con una etapa breve; más tarde de tiempo completo.
Mis cuadernos son caóticos: junto al cuestionario para hacer una entrevista o las anotaciones para redactar la crónica de un concierto puede haber una trama de algún cuento por escribir, una canción, un haikú o una acuarela. Del baúl donde archivo mis libretas saqué Contratiempo (Arlequín, 2018), una colección de cuentos, antología de las obsesiones temáticas: las dislocaciones del tiempo, del cuerpo, la realidad alterada por la percepción o la simple realidad mexicana.
Como “música incidental”, en mi primer libro incluí ocho canciones originales en notas al pie. Con unos amigos monté un grupo para cantarlas en la presentación del libro: así nació La Otra Banda Canceló, proyecto alterno a la escritura.
Fragmento del cuento “¿Qué hora es allá?”
Pasó una tarde en el cine. Salí de no recuerdo qué película, y como duraba más de dos horas y media tuve que dirigirme casi corriendo hasta el sanitario; tomo mucha agua. No había fila en los baños, así que en tan solo unos segundos luego de salir de la sala ya estaba vaciando mi vejiga. Fue cuando terminé que me di cuenta. Al comienzo no le presté atención, o habrá sido que quería llegar a casa para examinarlo más a detalle. Ya en mi departamento lo analicé, aún sin entenderlo. No solo la punta era metálica y circular, además el resto tenía forma de un reloj de bolsillo. La base de mi miembro parecía la cadena; su robustez dependía de mi excitación. Más allá de eso, todo seguía normal, cumplía con sus funciones fisiológicas y no me provocaba molestias. El día que sucedió fantaseé que me encontraría en un trance por el filme, o que seguiría soñando dentro de alguna pesadilla. Me fui a dormir. Sonó el despertador, y como es costumbre en los hombres saludables, me desperté con una erección de rutina que se apagó luego de la primera visita al baño. A pesar de no entender lo que pasaba con mi salud no me reporté enfermo y fui a trabajar. Faltar así habría significado tener que ir al Seguro, ¡y cómo explicarle a un médico y a sus aprendices que tu miembro se ha convertido de la noche a la mañana en un reloj de bolsillo? Ni siquiera de la noche a la mañana: en un par de horas y dentro de una sala de cine.
Pérez, Jorge Alberto (2018) Contratiempo. México: Editorial Arlequín
Nací a inicios de 1992 marcada por la desolación del desierto chihuahuense, y eso fue algo de lo que ya nunca pude recuperarme. Soy narradora, pero antes que todo, soy cuentista. Estudié una maestría en letras modernas en la Universidad Iberoamericana, y actualmente curso la licenciatura en derecho en la UNAM. En mis 27 años he sido bibliotecaria, periodista, editora, copywriter, profesora de español, community manager, guionista, correctora de estilo, aplicadora de exámenes, publicista, pero sin duda, ser tallerista es la actividad que más disfruto.
En 2013 gané el Premio Chihuahua de Literatura por El confeccionador de deseos (Ficticia, 2015), y en 2016 obtuve el Premio Nacional de Cuento Joven Comala por El problema de los tres cuerpos (FETA, 2016), ambos libros de cuentos.
He publicado, además, el poemario Insurgencia (Instituto de Cultura del Municipio de Chihuahua, 2014). Mi nombre y algunos de mis cuentos aparecen en un puñado de antologías dentro del país, tales como Once navajas: narradores al filo de los 30(FETA, 2016), 22 voces: narrativa joven (Malaletra, 2017), El hambre heroica (Paraíso Perdido, 2018), entre otras. Mi más reciente libro, El problema de los tres cuerpos, está por ver la luz en editoriales de España e Italia.
A través de mi trabajo como narradora, me he interesado por temas que coquetean con el género negro: lo sórdido y lo siniestro, la violencia y la desesperanza son las vértebras por donde se sostiene mi obra.
Fragmento de Kamikaze [Batman contra la ausencia]
Julián asiente mientras se empina otro sorbo del vaso. Escucha paso por paso las instrucciones de su bróder. Un atraco cualquiera, sin mucho pedo. Lo demás está resuelto: un cabrón que les cuide de los tiras y otro que los espere en el carro para arrancarse. Tiene bien estudiado todo. La farmacia cierra a las diez de la noche. Deberán llegar media hora antes, cuando todos están ansiosos por largarse a casa, escuchando el segundero del viejo reloj de pared que repite la misma historia todas las noches. Todo esto lo dice a voz baja, por si alguien más pudiera estarlo escuchando. Llevarán tres imitaciones pietro bereta, igualitas a las originales, nada más que a estas hay que tratarlas con cuidado, dice el Matagatos, que en cualquier descuido nos tuercen y se nos va todo a la mierda. Ha comprado tres máscaras de superhéroes para el acto, ¿y por qué no de luchadores, pendejo? A Julián le toca la de Batman.
Me gustan los relatos de iniciación literaria, ese subgénero de la mitología en el que los escritores cuentan por qué estaban destinados a escribir desde tierna edad. Por mi parte, nada más puedo contar que en su momento no percibí esa convicción del oficio (ni siquiera sabía que era posible), no tuve tiempo de desearlo o de regalarme prematuramente una genealogía literaria. A los veintitantos había publicado tres libros casi por accidente, y de repente pensé: ‘Va, ¿por qué no? Parece que esto no me sale tan mal’. Mi autobiografía podría titularse: ‘Escribir es un trabajo sucio e inesperado, pero alguien tiene que hacerlo. O no’.
Decidí llamarme Rafael Villegas (Rafael de parte de padre y abuela; Villegas, de parte de madre). Nací en Nayarit en 1981. He publicado una decena de libros (de poesía, historia y narrativa). Los más recientes son Animal verdadero (Ediciones B México, 2017) y Apócrifa (Paraíso Perdido, 2017). Antes enviaba manuscritos a todos los premios literarios que podía, y habitualmente los perdía. Pero mis libros ganaron algunos premios, como el Nacional de Poesía Amado Nervo (2005) y el Nacional de Cuento José Agustín (2009). También recibí en un par de ocasiones la beca de Jóvenes Creadores del Fonca (2010-2011 y 2016-2017). Soy doctor en historiografía por la Universidad Autónoma Metropolitana, y trabajo como profesor en la Universidad de Guadalajara. Durante la FIL Guadalajara 2019 se publicará el libro más personal que haya escrito: Lengua noche. Sueños de 1985 a 2019.
Fragmento de Animal verdadero
Yo, Luther Morán, maté a veintitrés personas ayer. Ahora son las cuatro de la mañana y viajo rumbo a El Paso en uno de los asientos traseros de un autobús Greyhound. Distingo el ronquido de tres pasajeros: uno es constante como una máquina aburrida; hay otro que se apaga por grandes intervalos; adelante, una mujer joven (que subió al camión con ropa deportiva negra y tenis blancos con calcetines tan cortos que parece que no los llevara) silba, es decir, ronca, pero parece que silba, como cuando el viento se mete por una ventana vieja.
Más personas duermen, aunque no roncan. Tienen aparatos respiratorios amplios, sanos y afinados como sistema de ventilación de edificio corporativo recién inaugurado, lleno de esperanzas económicas y gente con trajes impecables. Soy el único pasajero despierto. Eso creo. Tengo diecisiete años y nadie está sentado junto a mí. Podría estirar el cuerpo e intentar dormir un rato, pero no lo hago. Nunca he logrado dormir de noche mientras viajo, por eso prefiero viajar bajo la luz del sol, como si la claridad ahuyentara algo a lo que no temo.
Villegas, Rafael (2017). Animal verdadero, Ciudad de México: Ediciones B.
Fragmento completo en: https://www.megustaleer.mx/libros/animal-verdadero/MMX-009349/fragmento