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Luis Diego Guillén

Costa Rica

 

Soy psicólogo y académico universitario. Cuento, además, con estudios de posgrado en ciencias cognoscitivas. Hasta la aparición de mi primera novela, La alquimia de la bestia (2016), había publicado exclusivamente libros y artículos relacionados con mi especialidad, tanto en periódicos como en revistas de divulgación. Los géneros que me gusta cultivar son la novela, el ensayo y el artículo de opinión. Y dentro de la novela, me gusta el subgénero histórico. Lo considero el recurso óptimo para ensayar realidades alternativas, explicaciones que nunca encontraremos en los libros oficiales, universos posibles que pudieron haber sido, pero que nunca lo fueron. Líneas que se nos quedaron por fuera y en las que bien hubiéramos podido encontrar respuestas a muchas preguntas que hoy nos angustian.

Con La alquimia de la bestia intenté recrear una época especialmente turbulenta de la historia colonial de mi país, marcada por sangrientas revueltas indígenas a inicios del siglo XVIII. Y en el proceso de creación de esta, me di cuenta de cuan profundamente —a pesar del aislamiento en que creímos haber vivido en nuestra tierra—, estuvimos siempre conectados y entrelazados con todo a nuestro alrededor, no importa cuán lejanos o dilatados pudieran parecernos dichos hilos; cómo muchas de las vicisitudes vividas por nuestros antepasados fueron causadas por eventos impensados en otras latitudes de la gran aldea que es nuestro planeta y cómo muchas de nuestras más inopinadas actuaciones impactaron para bien o para mal a muchas otras personas, en latitudes distantes del villorrio universal. Si comprender la historia es la clave para entender por qué somos lo que somos, la narrativa es el camino para vislumbrar los senderos alternativos que no tomamos y aquellos que aún estamos a tiempo de seguir.

Fragmento

“Un aristócrata del Infierno”:

El pasado es un dios infame ante cuyo altar no vale la pena arrodillarse… Un dios cruel y vanidoso, que lo exige todo sin conceder nada a cambio. Un dios demente y pagado de sí mismo, vacío de compasión y henchido de miedos que anhela compartir.

¿Pero qué deidad es cuerda? ¿Qué dios se automutila, concediéndose el lujo de la sensatez? Solo perdiendo los cabales se llega a la omnipotencia. No hay otro camino. Sé muy bien por qué se los digo. Yo llegué hasta los confines de la lucidez y crucé a la tierra donde moran los prodigios, las quimeras deformes; la tierra donde yacen los desechos de la Creación, detritos en cuerpo y en espíritu. Traicioné el reino meridiano del discernimiento por el éxtasis sagrado de la locura.

Y sé bien ahora cuál es el precio que se paga. El patíbulo que en estos momentos me espera extramuros. El tormento de los grilletes que se incrustan en mis muñecas y mis tobillos, carcomidos y ulcerados. El furtivo terror que despierto en todos ustedes, la reticencia del verdugo a verme a los ojos, sus caras contraídas ante mi rostro y mi cuerpo, destilando cicatrices y deformidades, mis perforaciones y tatuajes, muchos de ellos fraguados al rojo vivo; mi lengua partida en dos y cauterizada, mis escasos dientes aún afilados, mi hablar sibilino, mi decrépita cabellera; pero ante todo, mi fama de asesinar con la mirada. “No veas a la víbora española a los ojos, o morirás de muerte lenta”. ¡Qué bien sigue sonando esa frase a pesar de los años! Pero no teman, les permito contemplarme. Hoy no estoy de ánimo para matar a nadie. Mi turno de convertirme en víctima ha llegado y debo respetar ese capricho del destino. En verdad, es justo que me toque la permuta.

Señores, he aquí ante ustedes al nigromante que desafió al Imperio, la víbora española. El brujo oscurantista, mitad humano, mitad sierpe de cascabel, que aprendió sombríos secretos en las nubosas montañas de Costa Rica y no dudó en usarlos contra Su Católica Majestad. Convicto de muerte, sé que me espera una agonía larga y dolorosa en este castillo de El Morro, donde he languidecido por largos meses. Mi cuello es añoso, pero curtido y fuerte. Y vuestro verdugo, un enclenque. Sé que no me espera el simple garrote vil, del cual el arcabuz y la decapitación salvaron al Presbere. Lo he visto ya desde mi celda. Es un garrote catalán, con punta de hierro. No solo me triturarán el cuello hasta molerlo a polvo. También perforarán mis vértebras. La misión de ustedes es hacerme sufrir. Quieren una agonía a tono con el peso de mis culpas. Y no los culpo. Tratándose de un aristócrata del Infierno, cualquier precaución es poca.

 

 

Tomado de:
Guillén, Luis Diego.
La alquimia
de la bestia
.
Costa Rica:
Uruk: 2016