La Universidad de Guadalajara, mediante el proyecto del Museo de Ciencias Ambientales del Centro Cultural Universitario, y con apoyo de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, convoca al Premio Ciudad y Naturaleza José Emilio Pacheco. Al galardón, dotado de diez mil dólares estadounidenses, podrán participar todos los escritores y narradores en idioma español. Deberán abordar el tema referente a la naturaleza, la sustentabilidad urbana, la armonía socioecológica y el cuidado ambiental. Este galardón está bautizado en memoria del poeta José Emilio Pacheco, cuyo trabajo trascendió al explorar la aparente dualidad entre la ciudad y la naturaleza.
Creado por la Universidad de Guadalajara, en colaboración con el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas, la Secretaría de Cultura, la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, la Secretaría de Educación Jalisco y la Secretaría de Cultura Jalisco, el Premio de Literaturas Indígenas de América tiene el objetivo de enriquecer, conservar y difundir el legado y riqueza de los pueblos originarios mediante los diferentes géneros del arte literario, así como reconocer y difundir la trayectoria y obras de autores indígenas. Dotado de 300 mil pesos mexicanos, el premio se entregará en su décima edición en el marco de la FIL Guadalajara 2022.
Ruperta Bautista
El Premio Iberoamericano SM de Literatura Infantil y Juvenil se puso en marcha en 2005, Año Iberoamericano de la Lectura, con el propósito de impulsar la literatura infantil y juvenil en toda Iberoamérica. El objetivo de este premio es el reconocimiento a aquellos autores que hayan desarrollado su carrera literaria en el ámbito del libro infantil y juvenil. Dotado con 30 mil dólares, se entrega cada año en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
Irene Vasco
Con el fin de crear una red que ayude a difundir la obra de los ilustradores de libros para niños y jóvenes en Iberoamérica, Fundación SM y la FIL Guadalajara convocan al 15 Catálogo Iberoamérica Ilustra. Las obras seleccionadas se montarán como exposición en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
www.iberoamericailustra.comMartha Elena Saint Martin Luengas
Destinação Brasil
Siete años ha durado ya la apuesta de Destinação Brasil, un viaje de descubrimiento de la literatura contemporánea de ese país, que refuerza la vocación de la FIL como el foro literario que congrega a lo más destacado del quehacer literario en el continente.
Este año, marcado por los cambios políticos de Brasil, quisimos redoblar nuestra apuesta por la región consiguiendo que doce autores brasileños viajen a nuestro festival, al encuentro con los lectores mexicanos. Seguimos y seguiremos trabajando para cerrar la brecha entre la literatura brasileña y los lectores en lengua castellana en primera instancia, y, por supuesto, con el público de otras lenguas a escala mundial.
Es necesario derrumbar el muro que existe entre la literatura brasileña y el resto de los lectores en América Latina, y procurar también que sus obras lleguen a las mesas de los profesionales del libro, de los editores, de los agentes de derechos, de los curadores de los festivales y de los traductores.
Esta docena de autores se suman a los 72 que nos han acompañado en las ediciones pasadas, el amable lector encontrará el listado completo de participantes en las últimas páginas de esta pequeña antología.
Esta apuesta de Destinação Brasil no hubiera sido posible una vez más, sin el esfuerzo de la Cámara Brasileña del Libro, a la que agradecemos el refrendo de su confianza. Un especial agradecimiento merecen el Ministerio de Cultura de Brasil, la Embajada de Brasil en México; la Secretaría de Cultura del Estado de São Paulo y el Premio São Paulo de Literatura 2018, que apoyan la presencia de los ganadores de las tres categorías del Premio en esta edición de la Feria.
Para todos los lectores ávidos de descubrir nuevas historias, para los que cada año buscan que la FIL los sorprenda, para el público profesional que anda a la caza de oportunidades de negocio, los invitamos a descubrir lo que Brasil tiene que contar.
Autores 2018
Para más información contacte a:
Itzel Sánchez, Responsable de Programas en otras lenguas, al teléfono (+52) 33 3810 0331, ext. 905
Natural de Río de Janeiro y radicada en Nueva York, es graduada en derecho por la Universidade del Estado de Rio de Janeiro (UERJ). Tiene maestría en derecho internacional privado por la Universidad de Londres y por la NYU School of Law. Integra el cuerpo docente de la Universidad Desconocida de Brooklyn, creada por Javier Molea. Es alumna del Disquiet International Program en Lisboa, mediante auspicio de la Fundación Luso-Americana para el Desarrollo (FLAD). Agraciada por el programa de la New York Foundation for the Arts, Artes Literarias. Publica en el Jornal Rascunho (Borrador) y en la Revista Cenas (Escenas) (Centro Cultural Raimundo Carrero). Es columnista y curadora permanente de Philos –Revista de Literatura de la Unión Latina. Son publicaciones suyas: Forrageiras de Jade (2009) y Forasteiros (2013), por el Proyecto Dulcineia Catadora; Colisões Bestiais (Particula)res (2015) y Jogos (Ben)ditos y Folias (Mal)ditas (2016) y Nosotros, Vinte Contos Latino-Americanos (2017) por la Editora Oito e Meio; Perdidas: histórias para crianças que não têm vez (Historias para niños que no tienen oportunidad), por Ímã Editorial, junto con Alexandre Staut, São Paulo Review (2017). Será una de las escritoras homenajeadas por el festival literario Flipoços en abril de 2019, que tiene como tema la literatura latinoamericana.
“Integro el cuerpo docente de la Universidad Desconocida, fundada en Brooklyn en homenaje al autor chileno Roberto Bolaño y que reúne autores iberoamericanos con el fin de hacer presentaciones, cursos y pláticas. Mi oficina se ubica en el paragraph.inc, una línea de montaje móvil para escritores que se enclaustran en cubículos grises. En el piso inferior, el FBI cerró una agencia de prostitución rusa, que fue sustituida por una escuela para bartenders recién fracasada. Comencé a publicar por el colectivo Proyecto Dulcineia Catadora, que forma parte del movimiento de las (editoriales) cartoneras en América Latina, que también dio origen a la Revista Philos, en la cual publico y soy curadora. En mi condición de inmigrante, mantengo la pulsión de Brasil a través de una irrefrenable pasión por la lengua portuguesa. En el interior de este sentimiento hay un mundo infinito y libre. La literatura sorprende al romper barreras, íntimas o ajenas. Nosotros, escritores latinoamericanos, somos detectives salvajes y patafísicos ante laberintos y enigmas intactos y, muchas veces, perversos. El continente, en creciente desvarío, nos niega elucidación. Por lo tanto, necesitamos rebasar la lógica y sumergirnos rápidamente”.
Fragmento del libro
Simples Acontecimentos e Outros não tão Simples Assim
Los zapatos de Pietro Paolini tirados en el piso habían perdido el resplandor pulido por el limpiabotas; descubiertos los pies, sobresalían las callosidades, huesos nuevos que se herían al menor contacto. El limpiabotas había masajeado las protuberancias, aliviando el martirio de Pietro Paolini momentáneamente. Sin embargo, el secuestro lo había llevado de la cabina del limpiabotas para aquel lugar solitario, de murmullos en ruso. Un culatazo en la nuca le había apagado la claridad.
Escalpelado, Pietro Paolini representaba al sujeto amoroso sin que nunca hubiese amado. Vulnerable, exponía la carne viva a las más leves heridas. Bajo el poder de los secuestradores, Pietro Paolini permanecía con el cerebro blando y los pies en gélida desnudez. Al abrir los ojos, pestañearía nerviosamente y confrontaría a sus malhechores, sujetos de cerebros enfermos e inconsecuentes, de pies calzados con botas y agujetas firmes, incluso Madame Petróvska, consciente, desde la infancia, de la lista de crímenes que iría a cometer.
Pietro Paolini, como un niño de pijama, rió de su propio miedo y sintió la orina hacer arder la urticaria entre las piernas.
“Háganme un favor”, dijo Madame Petróvska. “Cambien sus ropas.” Vladmir, Boris y Sorokin, miembros de la Sociedad Quirúrgica Rusa, asintieron y proveyeron ropas blancas y limpias.
Compresión
“Los locos son la sal de la Tierra, y si ellos dejan de ser locos, enloquecemos todos.”
La Pigmaliona y El Barítono Galante1: Ludmila pretendió esculpir al hombre perfecto con la misma técnica de Noguchi para labrar asteroides. Sobre la cama de Procusto2 no se hace el amor. ¡Ah, amor, la suma de Yo+Yo!, se reía Ludmila al encender el árbol de la risa y el llanto. El armazón de hierro sirvió de marco para Pietro Paolini, antes regordete y fanfarrón.
La tercera e invisible mano de Ludmila delineó las partes del cuerpo que habían sido retraídas y las otras, alargadas, resultando en un hombre más sombrío, que se había bajado no solo los pantalones, sino también la cresta de gallo. A pesar del suplicio infligido a él por su antigua amante, Paolini aun insistía en la nostalgia por el perrito Zamor. Era terco. De esta terquedad Ludmila no se libraría, pues la cama alteraba la forma, humillaba al espíritu hasta la epidermis salpicada de pelos y pecas grandes, medianas y pequeñas, pero no borraba la culpa. A pedido de Ludmila, un cirujano ruso fue capaz de raspar la gigantesca mancha de nacimiento localizada sobre su ceja izquierda. La madre de Paolini acostumbraba decir que la mancha había nacido del beso de un ángel vengativo; el padre amnésico sugería que la seña representaba el huevo del avestruz perdido en un desierto de cuyo nombre no se acuerda.
Paolini se agarró a las barras de la cama de hierro que lo había moldeado. Sentía la presencia de Ludmila Petróvska soplar en el cautiverio en que ella lo mantenía bajo los cuidados de Sorokin. Paolini intentaba hablar a pesar de tener la boca hinchada, con una sonrisa horrorosa. Oía el balanceo de los aretes de marfil de la mujer a media luz, el ruido lo hacía pensar en sexo. La cara, ¿dónde estaría la cara de ella? De la posición en la que se encontraba alcanzaba a ver el urinal y el hecho de que no podría alcanzarlo. Recobraba los sentidos. Sus brazos habían sido retorcidos, el cuerpo entero le dolía. Las ropas limpias con las cuales los camaradas lo vistieron le agradaron, olían a jabón de coco.
– ¿Ludmila, eres tú?
– ¿Reconoces mi voz?
-Latoschka 3 ¿cómo iba yo a olvidarme?
- ?
(No hay amor en la cama de Procusto, que se asemejaba al lecho de Sodoma. Ludmila fantaseaba al barítono cantando arias de ópera. Ludmila era una mujer muy por debajo de los ángeles. Nadie sospechaba que tuviese alma. Sin embargo, le gustaban las óperas, no se conformaba con sus tramas y las modificaba a su antojo. ¿Y si Desdémona, cuyos trajes vestía, hubiera sido culpable de adulterio y no muriese en manos de Otelo?)
Estamos en la escena ideal que se sale de la televisión, o de un sueño, y viene a vivir encima de ti. Giran los deseos, vestigios de la carne y de la consciencia.
Pietro Paolini invitó a Ludmila a un paseo en carrusel. Rueda que rueda, eran jóvenes y se acostumbraban a una felicidad nueva, cuando, en aquel momento, Pietro la empujó fuera del carrusel en el intento de sentarse sobre el caballito árabe negro, y el mero accidente fue interpretado por Ludmila como intento para matarla. Desde que había ido de Rusia para Nápoles se dedicó a la carrera del prometedor barítono; había ignorado los innúmeros intentos de Paolini de conquistar a Sophia Loren y creyó que arrancaría algunos de los espinos de los músculos cardíacos del hombre-objeto del cual se apropiaba.
Abandonan la escena del carrusel y los dos cuerpos se encuentran en un asfixiante vagón del metro de Tokio, y el rostro de Noguchi padece como el de ellos, aplastados contra la ventana del tren inmóvil en el interior de un túnel a quinientos metros de la superficie. La gigantesca mancha en la frente de Paolini es un tentáculo que lo adhiere al vidrio templado. Los ojos saben que los rusos están llenando los océanos de submarinos con misiles, submarinos con piel absorbente de ecos y con sistemas de propulsión con silenciadores. Ludmila, ya en aquella época recibía informaciones privilegiadas. Las autoridades de Lubyanka le permitieron que disfrutase del sol napolitano descrito por Ferrante y que corriese mundo, con tal de que se uniera a la red de agentes entrenados para la ruta de las botas, como también en el caso de Afrika y Hernández, y se especializara en venenos.
Noguchi nos contó que la temperatura en el compartimento rebasaba los cincuenta grados y nadie era avestruz para soportar el mal agüero de un desierto mojado como Islandia. Si las puertas se abrieran, irían a aventurarse por el subterráneo oscuro. Sólo que el conductor del tren se negaba a apretar el botón que los libraría del confinamiento, y la sensación era que se encontraban en un submarino. Ante el avance de las manecillas, los pasajeros comenzaron a desnudarse y el más loco de todos dijo que conservaría apenas la corbata roja para cubrir la barriga que no poseía.
(…)
1 En referencia a Pigmalión y Galatea.
2 Procusto, un ladrón griego, provocaba el suplicio de sus víctimas colocándolas en una cama de hierro que las moldeaba.
3 Golondrina, en ruso.
Bandeira de Mello-Gerlach,
Kátia Simples Acontecimentos e Outros não tão Simples Assim
Brasil: Editora Confraria do Vento, 2019
Natural do Rio de Janeiro e radicada em Nova York, formou-se em Direito pela Universidade do Estado do Rio de Janeiro (UERJ). É mestre em Direito Internacional Privado pela Universidade de Londres e pela NYU School of Law. Integra o corpo docente da Universidad Desconocida do Brooklyn criada por Javier Molea. Alumna do Disquiet International Program em Lisboa através de estipêndio pela Fundação Luso-Americana, FLAD. Agraciada pelo programa da New York Foundation for the Arts, Artes Literárias. Publica no Jornal Rascunho e na Revista Cenas (Centro Cultural Raimundo Carrero). Colunista e Curadora Permanente da Philos – Revista de Literatura da União Latina. Publicou: Forrageiras de Jade (2009) e Forasteiros (2013), pelo Projeto Dulcineia Catadora; Colisões BESTIAIS (Particula)res (2015) e Jogos (Ben)ditos e Folias (Mal)ditas (2016) e NOSOTROS, Vinte Contos Latino- Americanos (2017) pela Editora Oito e Meio; perdidas, histórias para crianças que não tem vez pela Imã Editorial, em parceria com Alexandre Staut, São Paulo Review (2017). Será uma das escritoras homenageadas pelo festival literário Flipoços em abril de 2019 cujo tema é a literatura latino-americana
“Integro o corpo docente da Universidad Desconocida, fundada no Brooklyn em homenagem ao autor chileno Roberto Bolaño e que reúne autores íbero- americanos para fins de apresentações, cursos e conversas. O meu escritório se localiza no paragraph.inc, uma linha de montagem móvel para escritores que se enclausuram em cubículos cinzentos. No andar inferior, o FBI estourou uma agência de prostituição russa, substituída por uma escola para bartenders recém falida. Comecei a publicar pelo coletivo Projeto Dulcinéia Catadora, parte do movimento das cartoneras na América Latina, que também deu origem à Revista Philos na qual publico e sou curadora. Na condição de imigrante, mantenho a pulsão do Brasil através de irrefreável paixão pela língua portuguesa. No interior deste sentimento, há um mundo infinito e livre. A literatura surpreende ao romper barreiras, íntimas ou alheias. Nós, escritores latino-americanos, somos detetives selvagens e patafísicos diante de labirintos e enigmas intactos e, muitas vezes, perversos. O continente em crescente desvario nos recusa elucidação. Portanto, precisamos ultrapassar a lógica e mergulhar ligeiro. ”
Mi nombre es Deisiane Barbosa. Soy poeta / andariega / escritora de cartas / artista visual / etcétera. Nací y me crie en el Recóncavo del estado de Bahía, entre el río Paraguazú y la polvorienta carretera del Pueblo do Cruzeiro. Crecí entre árboles, bicicletas, animales, juegos de tierra, casa de harina y, de vez en cuando, el mar de la capital bahiana. Estudié artes visuales en la Universidad Federal do Recóncavo de Bahía, en la ciudad de Cachoeira, cuando y donde comencé a coser escritura literaria con performance, fotografía, videoarte, libro de artista. En octubre de 2015 publiqué el primer volumen de Cartas a Tereza: fragmentos de una correspondencia incompleta, una edición artesanal en un tiraje de 100 ejemplares. Un año más tarde lancé Desavesso (Desrevés), un libro de poemas y fotografías también elaborado a mano.
He vivido en las páginas de un libro-mutante: sumergida en el “inventario (de la isla) de Tereza”, hilvano narrativas poéticas protagonizadas por personajes femeninos. Tereza son mujeres rodeadas por aguas, al igual que la misma isla-nave. Tereza es el nombre que se da a una cuerda hecha con retazos de sábanas, generalmente usada en fugas – aventuras / transgresiones / trascendencias / libertades, búsquedas. Tal proceso creativo comenzó en 2016 durante una residencia artística en la isla de Itaparica, Bahía; sigue en expansión con mi investigación con el Programa Asociado de Postgrado en Artes Visuales de las UFPB/UFPE (Universidad Federal de Paraíba / Universidad Federal de Pernambuco). Investigo y experimento el poder ficcional de memorias afectivas, resignificadas en la confección de un libro de artista, expandido a diferentes formatos narrativos, compuesto de palabra-gesto-imagen. Un libro-casa construido y habitado por hablas de diferentes mujeres que comparten sus historias, narran un poco de sí y de cómo tejen sus propias casas/ciudades/islas. Anoto registros de los trayectos/senderos creativos en los siguientes cuadernos:
andarilla.tumblr.com
cartasaatereza.wordpress.com
Fragmento del libro
Cartas a Tereza: fragmentos de una correspondencia incompleta
14 de septiembre,
Hoy la casa amaneció despojada de sus ventanas, Tereza. los ruidos y la luz de afuera se arremolinaron fragmentados en mi alma desforrada. Desperté a la mitad del pasillo, encogida; en un esfuerzo por ignorar toda esa estridencia, temí abrir los ojos. Al principio lo intuí... solo después fui atando cabos.
Fue ayer, navegando entre las paredes flojas, ya el final de la madrugada, luego del sobresalto del primer sueño pesado, que finalmente caí en cuenta de la palidez de las ventanas idas. Inmediatamente hice la vista gorda, volví a cerrar los ojos y me adormecí abruptamente en el ansia de deshacer ese sueño desfigurado.
¿A dónde habrán ido a parar los pliegues de mi recogimiento diario?
Mi primera y más firme hipótesis secreta: tal vez mi abuelo, en medio de ese furor paciente suyo, había empeñado los ojos de la casa. Tal vez fue él, para que el invierno se fuera más rápido, saciado del resquicio de calor de nuestros pasillos.
No lo acuso, no lo condeno.
A veces revela sus pensamientos. Luego de tardes enteras, días o hasta semanas en un silencio moderado, él siempre revela una fracción que denuncia lo que andaba cavilando. En sus más recientes teorías dedujo que este invierno vendría, así de fuerte, con el propósito de arrancarlo definitivamente de la casa, llevándolo a otras naturalezas más tenues —fue lo que dijo solo cuando ya no aguantó más guardar las palabras; era una noche muy fría y dormía en la sala, sentado, contemplando todo el viento que asaltaba la casa en la oscuridad.
En el lento arreglo de su equipaje, mi abuelo provocó el misterioso despegue de las ventanas de la casa. Eso no se lo dije, pero él conocía mi perspicacia. Tal vez él —que también sabía ser resignado— hubiera firmado un acuerdo con el invierno, una especie de permuta, hipoteca, alguna especie de trueque, no sé bien... ¿tú sabes en qué consisten los intereses del invierno, Tereza?
*
Del cuarto oigo un suspiro cargado —¿serían las 11 de la noche? Las tejas, que por años durmieron quietas, inician también un despertar progresivo y anhelan volar por los aires turbulentos. De hora en hora la casa desgaja un pequeño chirrido, ronca un dialecto incompatible con los oídos dispersos —es que ni las cosas saben morir calladas, Tereza. La casa ya no es la misma —ya no somos. Van quedando memorias que asaltan las paredes de mi infancia. Se van incrustando en los cantos del piso de ladrillo los recuerdos retocados. La casa exige, callada, una vida que ya va escaseando.
La casa, ese piso áspero, recibe los pies hinchados de mi abuelo. Sus últimos pasos reducidos a la minúscula fricción. El cuerpo descalzo, tambaleando a pequeños trechos, va garabateando los últimos vestigios de su presencia. El cuerpo anestesiado va transitando un sendero restringido dentro de la casa que lo engulle —en otros tiempos era él quien la consumía, en otros tiempos fueron sus propios brazos los que irguieron las paredes.
Pero entonces ya no hay remedio, él la deja —esta casa que lo engulle. Poco a poco partes de sí van partiendo olvidadas.
Allá se fueron las ventanas, tejas, pasos, pasados...
(...)
21 de febrero,
¿No te parece gracioso, Tereza, el modo en que giramos en la palma de los días, contorneando incansablemente el ombligo del tiempo? —el ego del tiempo roto, sus dictaduras particulares. Uno ya no sabe más a quién obedece. En un remolino uno se aturde y se desmaya. Y al despertar percibe que no murió y sigue girando in.can.sa.ble.men.te / uno intenta escapar, pero no hay remedio para el tiempo y los nudos con los que nos ata las manos, cabeza y pies.
He ahí la mayor de nuestras afinidades: servimos ciegamente a un carrusel.
(...)
02 de agosto,
En una mañana soleada de invierno crucé la trayectoria de un escarabajo distraído. Por el camino ya amanecido de las ocho fui dándole manivela a mis pensamientos en la visión del pasto. Mi abuelo dormitaba en la sala, en medio de la gelidez de la casa, se levantó, salió a tomar una siesta al sol del solar. Una mezcla de sol y viento en el ombligo de aquel día aún soñoliento. Era mañana de viernes y las cosas, me parece, tardaban en despertar del todo. El verdor del monte crecido que domesticaba la cerca, la gallina investigando la tierra en busca de sus huevos de oro, un silbido de pájaro escondido en el almendro. Todo ello se desperezaba en una lentitud enmascarada. Barrí las cuatro esquinas del día y no veía palabras para aprehender todo aquello, Tereza.
Mi abuelo, vuelto del sol, perdido en los días de la semana, deseó un día libre de dolores. Ciertamente había remedios más fuertes en el mundo. Debería haber un remedio que hiciera olvidar —¿el olvido es cura? no, Tereza, no sostengo nada de lo que digo…
Hoy desvié la ruta de un escarabajo que chocó contra mi temporal poético y cayó al suelo, desmayado. —la caída en el pensamiento ajeno— ¿qué cambios habría yo causado en la vida del escarabajo cuando me metí en su camino? Tereza, la vida es demasiado vasta para que yo logre tocar toda su extensión. No sé vaciar, no soporto el vacío. No sé modelar lo que sé de lo que mis manos son capaces. Tereza, la vida me pide demasiado mis cuidados y no sé si consiga mirar para tantos lugares. y los días pasan tal como el escarabajo preso —no me pidas ahora que te describa con minucias lo que he hecho de mis últimos días…
Un avión pasa mirando. Todo a mi alrededor pasa mirando. Mis ojos nacieron para los hilos de los postes y el óxido en los alambres del pasto. Capto retratos cuando corro urgida en la bicicleta que pedaleaba mi abuelo a su paciencia de vida. Quisiera contarlo de mis vistas, narrar la vida que veo pasar.
A las nueve le entrego un remedio para engañar momentáneamente su dolor. Traspaso a la jarrita rasa de agua mi impulso de querer la vida hasta el último grano.
(…)
* *
Barbosa, Deisiane
Cartas a Tereza: fragmentos de una correspondencia incompleta
Brasil: Edición independiente, 2015
Meu nome é Deisiane Barbosa. Vou me tornando poeta / andarilha / escritora de cartas / artista visual / etc. Nasci e criei-me no Recôncavo da Bahia, entre o Rio Paraguaçu e a estrada poeirenta do Povoado do Cruzeiro. Cresci em árvores, bicicletas, bichos, brincadeiras de terra, casa de farinha e, de vez em quando, o mar da capital.
Estudei artes visuais na Universidade Federal do Recôncavo da Bahia, na cidade de Cachoeira, quando-onde comecei costurar escrita literária com performance, fotografia, videoarte, livro de artista. Em outubro de 2015 publiquei o primeiro volume de “cartas à Tereza: fragmentos de uma correspondência incompleta”, uma edição artesanal em tiragem de 100 exemplares. Um ano depois lancei “desavesso”, um livro de poemas e fotografias, também elaborado à mão.
Tenho morado nas páginas de um livro-mutante: mergulhada no “Inventário (da ilha) de Tereza”, alinhavo narrativas poéticas protagonizadas por femininos. Tereza são mulheres rodeadas por águas, ao mesmo tempo que a própria ilha-nau. Tereza é o nome que se dá a uma corda feita com o remendo de lençóis, geralmente usada em fugas – aventuras / transgressões / transcendências / liberdades, buscas por. Tal processo criativo iniciou em 2016, durante residência artística na Ilha de Itaparica/ BA, segue em expansão com minha pesquisa junto ao Programa Associado de Pós- Graduação em Artes Visuais da UFPB/UFPE. Investigo e experimento a potência ficcional de memórias afetivas, ressignificadas na feitura de um livro de artista, expandido a diferentes formatos narrativos, composto de palavra-gesto-imagem. Um livro-casa, construído e habitado por falas de diferentes mulheres que partilham suas histórias, narram um pouco de si e de como tecem suas próprias casas/cidades/ ilhas.
Anoto registros dos percursos criativos no seguintes cadernos: andarilla.tumblr.com
cartasaatereza.wordpress.com
Nací en Río de Janeiro en 1983, hija de un ingeniero y una arquitecta. Aunque la actividad física me gustaba, siempre he sido una carioca atípica: desde chica amaba pasatiempos considerados “antisociales”, como la lectura y los juegos electrónicos. Me gustaban todos los géneros de literatura y ficción, incluso la ciencia ficción y la novela policíaca. Siempre he deseado ser escritora. Después de muchas tentativas de escribir un libro, finalmente lo logré a los 17 años, con la novela No shopping, totalmente situada dentro de un centro comercial.
Más adelante escribí los libros A feia noite/La fea noche (2006, novela), Amostragem complexa (Muestreo complejo. 2009, cuentos), y OWNED –Um novo jogador (OWNED–Un nuevo jugador. 2011, novela interactiva). En 2014 lancé mi quinto libro, A vez de morrer (El turno de morir), publicado por la editorial Companhia das Letras.
En 2019 publicaré dos libros nuevos: una novela gráfica de ciencia ficción y fantasía situada en Río de Janeiro: Máquina tropical universal, ilustrada por la historietista brasileña Amanda Miranda, y una novela de suspenso con mujeres protagonistas llamada No te pasa nada (Nada vai acontecer com você).
Soy maestra en literatura comparada por la Universidad el Estado de Río de Janeiro (UERJ), y estoy concluyendo mi doctorado en la misma universidad, durante el cual me propongo estudiar la relación entre juegos electrónicos y la teoría literaria. También he colaborado en diversas antologías de cuentos. No tengo libros publicados fuera de Brasil, pero sí un cuento en español en la revista española 2348, El Aleph de Botafogo (goo. gl/14RPsL - edición 2, páginas 9-13).
Fragmento de la novela A vez de morrer
Alguien había rayado las letras B.D.S.M. en el muro de la compañía telefónica. Dios mío, ¿dónde los niños están aprendiendo eso? En la internet, lógico. En tu tienda, Eduardo.
Él había prestado el carro a su madre y a su hermana y estaba en el autobús rumbo a Valle de las Vides.
La madre de Eduardo iba a la Casa de la Salvación, una iglesia que no hacía programas de tv, pero con muchas filiales en el país. La CdS casaba a mucha gente y era muy emocional — sin hacer mucho énfasis en los cultos de liberación —, al contrario, por ejemplo, de la Vencer en Cristo, que la hermana de Eduardo prefería con defensivo fervor. Vencer era disidencia de la iglesia en que la familia se había tornado evangélica, en los pasados años 90. Desde aquella época, la denominación tomaba en serio aquello de divulgar las buenas nuevas: tenían radios, programas de tv y filiales por todo el planeta. Trataban de recaudar de acuerdo. El templo más cercano quedaba en Itaipava, y era el mayor de la región. Entonces, los domingos ellas llevaban el carro; Antonia era dejada en la Casa de la Salvación y Talita seguía hasta Itaipava.
A su vez, Sirlene frecuentaba la Church of J.C., modalidad asumidamente joven que, a pesar del nombre, había nacido en Brasil. No sólo permitía como también incentivaba el skate, futbol y otros deportes. La última vez que Eduardo había ido a un culto, el tema fue la naturaleza — cómo Dios se expresaba a través de ella. “La tierra es el escabel de los pies del Señor. Escabel quiere decir puf”, dijo el pastor.
Eduardo no frecuentaba nada desde los quince años. Eso era visto con desconfianza, pero era perdonable, porque él era “trabajador” y no tenía “vicios”.
A veces Sirlene tocaba su bajo en el culto de la Iglesia Fuego Divino del Malta. Ella no lo soportaba, pero aún así iba, por deber moral. La acompañaban el teclado y una batería electrónica. Música evangélica “normal” era así: introducciones elaboradas, arreglos sentimentales, ejecuciones heroicas, refranes repetitivos — vibratos. El rock cristiano por lo menos huya un poco de aquello.
En la Church of J.C. y en el resto del tiempo, Sirlene tocaba con la banda Holy Sacrifice, ella en el bajo, Jonas en la batería, Aráquem en la guitarra y Graciane como vocalista. No había teclado. No había batería electrónica. Era una banda de unblack metal.
Él había llegado atrasado, en parte para cohibir el nervosismo previo al show de la casi-novia. Cuando entró, un solo furioso fustigaba el salón. Bueno, seguramente no tan furioso cuanto desearían los guitarristas, ya que la potencia del sonido era muy apocada. Distorsionaba, pero a nadie le parecía importar.
Cuando terminó, bajo los aplausos y vivas de los jóvenes miembros de la iglesia, una figura de traje proyectó su sombra en el palco al pararse justo en la entrada del templo. El muchacho de traje sonrió, los dientes todos en el rostro moreno, y levantó la mano gruesa en un saludo. La vocalista apretó los ojitos en una sonrisa de respuesta. Y siguió con otra canción.
Eduardo conocía la historia de aquel traje. Había sido adquirido en un centro comercial de Río. Tres semanas llevó a que lo ajustaran. La historia era que el traje prefabricado no quedaba bien en el ancho tronco de Júnior; y que, después de ajustado el traje, él no conseguía abrir los brazos, ¡y estaba siempre abriendo los brazos! Para alabar y motivar al pueblo. Pero, estaba bien. Pronto Júnior iba a tener su segundo traje, y entonces iría a buscar que lo hiciesen sobre medida. Júnior, hermano de Sirlene, se había acabado de ordenar pastor en Tres Ríos e iba a casarse con Graciane en menos de dos meses. Ella iba a dejar la banda, que, según Sirlene, aprovecharía para reformularse.
— Que quede más metal — había dicho.
Como era: las niñas hacían coro agudo en ciertos momentos; Sirlene, forzando un poco la voz porque no era soprano como Graciane, y los muchachos alternándose en el vocal principal. Por la salida inminente de Graciane, querían que Aráquem asumiera la parte del vocal. Sirlene ahora iba a “cantar de veras” en algunas músicas y alternar con Aráquem en otras. Estaban reacomodando todo y ensayando nuevas composiciones. El nombre iba a cambiar, probablemente para Immolation. Iban a tratar de presentarse en el palco joven de un festival de música góspel el final del año.
Sirlene le contaba todo, las palabras le salían en chorro. Estaba enamorada de su oído. Él no le había dado esperanza; le había dado oídos. Y un poco de sexo. A algunas mujeres les bastaba eso. Para Sirlene, tal vez fuese peor que un anillo de noviazgo. Él culpaba la edad, pero no mucho; quedarse en silencio, coger y estar allá ya había convencido hasta a mujeres mayores. Complicado.
Ella no lo besó dentro de la iglesia, pero salió tomada firmemente de las manos de él, queriendo pasear así en frente a los diversos establecimientos de la calle. Él tomó un aventón con Aráquem para evitarlo. No supo decir si ella lo entendió o no. Pero cuando se retiró de la batería y bajó del Uno gris, ya le parecía una decisión: tenía que guardar distancia de aquella chica.
Campos, Simone
A vez de morrer
Brasil: Companhia das Letras, 2014
Nasci no Rio de Janeiro em 1983, filha de um engenheiro e uma arquiteta. Embora gostasse de atividade física, sempre tenho sido uma carioca atípica: desde menina amava passatempos considerados “antissociais”, como leitura e jogos eletrônicos. Gostava de todos os gêneros de literatura e ficção, inclusive a ciência ficção e romance policial. Sempre tenho querido ser escritora. Depois de muitas tentativas de escrever um livro, finalmente consegui, aos 17 anos, com o romance No shopping / En el Centro Comercial, totalmente situado dentro de um centro comercial.
Depois escrevi os livros A feia noite (La fea noche. 2006, romance), Amostragem complexa (Muestreo complejo. 2009, contos) e OWNED – Um novo jogador (OWNED – Un nuevo jugador. 2011, romance interativo). Em 2014 lancei meu quinto livro, A vez de morrer (El turno de morir), publicado pela editora Companhia das Letras.
Em 2019, publicarei dois livros novos: um romance gráfico de ciência ficção e fantasia situada no Rio de Janeiro: Máquina tropical universal, ilustrada pela historietista brasileira Amanda Miranda, e um romance de suspense, com mulheres protagonistas, Nada vai acontecer com você (No te pasa nada).
Tenho mestrado em Literatura Comparada pela UERJ e estou concluindo um doutorado na mesma universidade, durante o qual me proponho estudar a relação entre jogos eletrônicos e a teoria literária. Também tenho colaborado em diversas antologias de contos. Não tenho obras publicadas fora do Brasil, mas sim um conto em espanhol na revista espanhola 2348, El Aleph de Botafogo (goo.gl/14RPsL – edição 2, (páginas 9-13).
João Anzanello Carrascoza es escritor y maestro en la Escuela de Comunicaciones y Artes, de la Universidad de São Paulo, donde hizo la maestría y el doctorado, y en la Escuela Superior de Propaganda y Marketing, de SP.
Publicó las novelas Caderno de um ausente, Menina escrevendo com pai y A pele da terra, que integran la Trilogia do adeus, además de varias recopilaciones de cuentos, entre las que se encuentran Diário das coincidências, Catálogo de perdas y Aquela água toda. Es también autor de obras para el público infantil y juvenil. Algunas de sus historias fueron traducidas para el bengalí, croata, español, francés, inglés, italiano, sueco y tamil.
Participó del programa de escritores residentes de la Ledig House (EUA), Château de Lavigny (Suiza) y Sangam House (India).
Recibió los premios Jabuti (CBL), Fundação Biblioteca Nacional (FBN), Associação Paulista de Críticos de Arte (APCA), Fundação Nacional do Livro Infantil e Juvenil (FNLIJ) y los premios internacionales Radio France (RFI) y White Ravens (Library Munich).
Fragmento de la novela Aos 7 e aos 40
En aquella época, yo estaba aprendiendo a leer y a escribir y me maravillaba descubrir cómo una letra se abrazaba a la otra para formar una palabra, y cómo las palabras, húmedas de tinta, adquirían una nueva cara escritas en el papel. Para mí, las letras nacían encaracoladas como zarcillos, y a la hora de abrir el cuaderno y juntarlas, yo siempre tartamudeaba, como haciéndole tachaduras al silencio.
Mi hermano, más avanzado en el mundo de la lectura, se reía con ganas burlándose de mis errores. Una tarde, mi madre lo oyó mientras se mofaba de mí y le recordó las dificultades que él había tenido, y le dijo: ¡también te equivocabas mucho! Y nos explicó que ese abc era solo el comienzo. Un día íbamos a leer no solo palabras, sino todo a nuestro alrededor. Incluso a las personas.
Me pareció gracioso lo que ella nos estaba diciendo, ¿cómo sería leer a las personas? Mi hermano me miró sorprendido, y yo como un espejo en el que él se veía rascándose la cabeza. ¿Entonces yo era un libro, él otro, mi madre otro, y mi padre también? ¿Y todo el mundo una escritura, con sus letras, sus pes y bes, sus capítulos? ¿Se suponía que seríamos hojeados, leídos y releídos? Al vernos atónitos, ella movió los brazos, como si espantara a las gallinas, y dijo, ¡Después van a crecer y van a entender!
Y mientras crecíamos, casi sin darnos cuenta, mi hermano y yo jugábamos al fútbol en el patio de casa. Las hojas de cinc que servían como puerta del garaje era uno de los arcos. La pared del cobertizo, entre dos puertas, era el otro. Cada uno era su propio equipo, tenía que gambetear al adversario, pasarse la pelota a sí mismo, hacer gol, defenderse. Nuestra única platea era mi madre y Dita, la lavandera, que nos separaban en nuestras peleas, ya que también éramos los árbitros del partido, y cada uno hacía sonar el silbato a su favor.
Teníamos un hincha especial, Don Hermes, nuestro vecino que, aunque no viera el partido, siempre sabía a cuánto iba. Nosotros gritábamos todo el tiempo, relatando las jugadas, uno provocando al otro, haciendo autopases, tackles, chanfles…
Y, claro, él oía todo del fondo de su casa. Don Hermes era un hombre de los quietos. Mi padre una vez comentó que él había sido soldado de la Segunda Guerra y que, después de volver, se puso a recuperar radios rotas y cuidar de los pajaritos. Él tenía mano para sacar a las cosas del silencio, acariciar alas, avivar cantos. Había construido un jaulón fantástico para los canarios: venía gente del país entero a admirar su creación. Por la mañana, fuera de la casa, allí donde daba la sombra de una jaboticaba, colgaba sus jaulas de aluminio y madera. Encima del muro podíamos ver los tordos, reina moras, corbatitas, martín pescadores, unos más lindos que los otros, canturreando hasta la tardecita.
Mi madre decía que Don Hermes tenía algo de San Francisco, no podía ser de gente común, humano, ese poder de atraer a los pajaritos, y contó que una vez él había abierto las jaulas y que ninguno salió volando: se quedaron todos allí, comiendo frutas de sus manos y picoteándole los dedos. De vez en cuando lo veíamos llenando de agua un recipiente, poniendo alpiste, saliendo y entrando de la cocina, manso, él solo él. Cuando la pelota caía en su casa y regresaba con el brillo de su rostro cerca del muro, Don Hermes nos abría una sonrisa que no sabíamos si era de sí o no para nuestras travesuras. No jugábamos al ras: nos gustaba exhibirnos haciendo un sombrero, una folha seca, y entonces la pelota salía de la pupa, iba aérea, quería agitar las alas y, en sus deseos de cielo, traspasaba el muro y caía al otro lado, y espantaba a los pájaros, que se alborotaban en las jaulas.
Vinieron las vacaciones, llamamos a Paulinho, a Lucas, a unos amigos del barrio, y armamos dos equipos. El patio se convirtió en un campito de fútbol. Y la pelota todo el tiempo cayendo al otro lado. Don Hermes debía oír con gusto los partidos y querer que continuaran, porque rápidamente la devolvía, ágil, servicial. Una mañana, Doña Elza, su mujer, vino a quejarse: la pelota estaba destrozando sus jarrones, matando sus helechos de un metro y las violetitas que crecían a la sombra de la jaboticaba. Mi padre entonces hizo el muro más alto.
Las clases volvieron, mi hermano y yo volvimos a los partidos solitarios, uno contra el otro, cada uno un equipo entero, y la pelota, rebelde, huía a la casa de Don Hermes. Apostábamos para dónde iría a tirarla de vuelta, si en un extremo del muro cerca de la manga, si allá abajo, al lado del cobertizo. Nosotros esperábamos, llenos de silencio, y de repente ella, la pelota, saltaba de sus manos, y rebotaba en el cemento en busca de nuestros pies.
Todo iba bien hasta que mi padre supo por Doña Elza que Don Hermes andaba abatido, las piernas débiles, delgado. Llamaron al médico, le dieron unos remedios, le recomendaron reposo. Mi hermano y yo seguimos nuestro fútbol, conteníamos los gritos, cosas extrañas estaban rondando, pero todavía difícil de entenderlas. Y aun con un muro más alto, la pelota se empecinaba en caer en la casa de nuestro vecino. La demora en la devolución se hacía mayor, y a veces nos afligía. Pero luego oíamos los pasos lentos de Don Hermes, y entonces ahí venía la pelota, blanca en el aire como una paloma, y aterrizaba feliz en nuestro patio.
Un día el cielo se oscureció súbitamente; la mañana se hizo noche, y cayó el temporal, una lluvia de los demonios, los relámpagos dibujaban el cielo, el ventarrón partía ramas de árboles, algo aterrador. Después, milagrosamente salió un sol color sangre que absorbió todas las aguas de la lluvia, y por la tarde, todo seco, fuimos a jugar al fútbol, a escondidas de mi madre, que se había enojado con nosotros, no podíamos fastidiar a Doña Elza, Don Hermes, tan enfermo…
Comenzamos con calma, pero después el partido entró en efervescencia y, como siempre, uno empezó a provocar al otro, gambeta esto, careta lo otro, un gol allá, un gol acá, la pelota que quería subir, ser pájaro en las alturas, desenjaulada, y entonces, en el intento por hacer un autopase, mi hermano pateó mal y la pelota fue a parar a la casa de Don Hermes. Los pajaritos se agitaron, un canario trinó, satisfecho con el sol, el fresco de la tarde y como un reguero de pólvora, su canto se esparció, y la pajareada comenzó a cantar alto, algo increíble de oír.
Nosotros nos quedamos quietos, vigilando de un extremo al otro del muro, imaginando en qué punto iba a caer. Pero el tiempo fue pasando, la sombra de la jaboticaba iba creciendo del otro lado, y mi hermano y yo nos miramos profundo, profundo, en silencio. Como en la repetición de una jugada, recordé las palabras de mi madre, que un día íbamos a leer a las personas. A pesar de continuar inmóviles, hacía pocos minutos yo sabía y él también que Don Hermes nunca más podría devolvernos la pelota.
Carrascoza, João
Aos 7 e aos 40
Brasil: Cosac Naify, 2013
João Anzanello Carrascoza é escritor e professor da Escola de Comunicações e Artes da Universidade de São Paulo, onde fez mestrado e doutorado, e da Escola Superior de Propaganda e Marketing-SP.
Publicou os romances Caderno de um ausente, Menina escrevendo com pai e A pele da terra, que compõem a Trilogia do adeus, e várias coletâneas de contos, entre as quais Diário das coincidências, Catálogo de perdas e Aquela água toda.
É também autor de obras para o público infantojuvenil. Algumas de suas histórias foram traduzidas para o bengali, croata, espanhol, francês, inglês, italiano, sueco e tamil.
Participou do programa de escritores residentes da Ledig House (EUA), Château de Lavigny (Suíça) e Sangam House (Índia).
Recebeu os prêmios Jabuti (CBL), Fundação Biblioteca Nacional (FBN), Associação Paulista de Críticos de Arte (APCA), Fundação Nacional do Livro Infantil e Juvenil (FNLIJ) e os internacionais Radio France (RFI) e White Ravens (Library Munich).
Nací en São Paulo, en 1982. Soy escritor y editor, actividades cercanas y distantes al mismo tiempo. Mi primera novela, O verão do Chibo (El verano del chivo), fue publicada en 2008 por Alfaguara. En 2012 fui uno de los autores seleccionados para la edición dedicada a los mejores jóvenes brasileños, de la revista británica Granta. En 2013 escribí el guion de una novela gráfica, Campo en branco (Campo en blanco) (Companhia das Letras), ilustrada por el dibujante de cómics brasileño-polaco DW Ribatski.
Tengo cuentos publicados en dos colecciones: Cuentos en tránsito, antología de escritores brasileños y argentinos, organizada por la editorial Alfaguara Brasil/Argentina, y Lima Imaginada, programa que reunió a escritores latinoamericanos en Lima, Perú.
Entre 2009 y 2013 fui editor literario de una de las más importantes editoriales brasileñas, Cosac Naify, en donde tuve la oportunidad de publicar libros de autores tales como Enrique Vila-Matas, Mario Bellatin, Alejandro Zambra, Macedonio Fernández, Alan Pauls, Péter Esterhazy, entre otros.
Actualmente, soy editor literario de la editorial Companhia das Letras, responsable de la publicación de escritores como Thomas Pynchon, Mario Levrero, Natalia Ginzburg, William Faulkner, George Saunders, por mencionar algunos.
Mi libro más reciente se llama Sebastopol, y fue publicado este año 2018 por Alfaguara. Son tres cuentos; el primero, sobre una escaladora que sufre un accidente que cambia el rumbo de su vida y, años después, ve un video de una artista desconocida que parece estar narrando su historia. El segundo, sobre un hombre que está de paso por una posada inhabilitada en el centro-oeste brasileño, que desparece misteriosamente. Y el tercero, sobre una joven y un director de teatro viejo que escriben conjuntamente la historia de un pintor ruso que nunca terminó una de sus principales obras.
Son narrativas distintas entre sí, sin embargo, tienen muchos puntos en común, atravesados por los mecanismos de memoria y de desfiguración del tiempo.
Fragmento de la novela Sebastopol
Recuerda a Adán junto a él, en la banca de cemento al lado de la cancha, con su gorra de los Yankees, tenis y calcetines blancos, y una botella de whiskey en una mano. La otra mano la tenía sobre el muslo y no dejaba de temblar. Vistos desde fuera, parecen un viejo y su demonio, y a veces es difícil saber quién es quién. Un demonio que necesita ayuda para volver a casa. Pero eso fue hace tiempo, mucho tiempo, y aunque se pudiera volver, ya no sería posible saber a dónde.
Hay cosas que sería mejor que simplemente no hubieran sucedido, dice Adán.
Estoy hablando de la muerte, claro. Pero también quiero decir que si todo empieza mal, no puede acabar bien. Fui a aquella ciudad para saber más sobre mi padre y acabé teniendo un hijo. Un día abres los ojos y eres responsable por haber puesto algo en el mundo, en un mundo que no necesitaría nada más, en un mundo que perfectamente podría existir sin eso. En aquella época, a principios de los años ochenta, yo vivía en Chorrillos en un departamento de un solo cuarto, con una micrococina y un baño de dar lástima. Gracia, que se convertiría en la madre de mi hijo, vivía en otro distrito, el Callao, con su madre, en una callecita cerca del cuerpo de bomberos, lo recuerdo bien, a dos cuadras del centro deportivo italiano, un club de inmigrantes, que vinieron a América resueltos a no morir de hambre y acabaron de joder algo que ya venía jodiéndose desde hacía siglos.
Adán saca de su cartera una foto arrugada y se la muestra a él. Están los tres, su exmujer, Adán y su hijo en su regazo, frente a un puesto de helados con el mar de Miraflores atrás, más allá de las rocas, un lugar que en la siguiente década, dice Adán, acabaría sitiado por una muralla de edificios monstruosos, departamentos de medio millón de soles o más.
En la foto es de noche y es posible ver en uno de los extremos las luces del Callao, parece la explosión de una bomba que en pocos de segundos se expandirá y lo barrerá todo de la faz de la tierra.
Fue una época terrible. Así es como Adán la recuerda, porque recordar es más importante que no recordar, porque contar siempre es más serio y respetable que no tener ni la más remota idea de cómo debe decirse algo.
Adán dice que en aquella época trabajaba de día en una oficina, en un edificio del centro, en la calle Quilca, donde estaba el archivo del departamento de tránsito del estado.
La puerta de su oficina se quedaba entreabierta, y los que pasaban por el corredor podían verlo abrumado por los mapas, fichas, carpetas e informes de lo que en aquel entonces se llamaba Volumen Diario Promedio de los Ferrocarriles. Adán tenía treinta años, aún no ostentaba aquella barriga, tenía el pelo lacio y largo hasta los hombros, y a veces se lo recogía con un nudo, lo que le daba un aire de indígena norteamericano, cuando levantaba la cabeza para esperar la vuelta del ventilador. Creía que las cosas podían mejorar, que ese empleo podría llevarlo a alguna parte, si es que un empleo podía llevar a alguien a alguna parte — en aquella época él creía que sí, y entonces sin notarlo se fue convirtiendo en aquello, en esa oficina de paredes color lúcuma con sus archiveros de hierro, con un ventilador que tampoco servía de mucho en el calor radiactivo de Lima.
Su alegría eran las noches en que manejaba el taxi que le rentaba a un conocido. Lo hacía una vez por semana, al salir de la oficina. Recogía el auto a las seis de la tarde y lo devolvía hacia las cinco de la mañana del día siguiente, que pasaba cayéndose de sueño.
Cierto atardecer, cuenta, al estacionarse detrás del mercado de Surquillo, el aire de la ciudad era seco y había empeorado mucho, el cielo se veía blanco, era el cielo de siempre, de lluvia, pero la última vez que llovió en Lima, tú debes saberlo, fue en 1940. En la acera, un joven ciego oía chicha a todo volumen en el radio de pilas y, de pronto, lo recuerdo bien, un tuk-tuk cruzó frente a mí y de su interior saltaron una novia y una niñita con un vestido amarillo, sosteniendo un ramo de flores de papel. Debía tener la edad de mi hijo, y en ese momento sentí ganas de abrazar a alguien y llorar amargamente.
A fines de la década de los setenta, lo supe después, el mercado de Surquillo se incendió, y lo habían reinaugurado precisamente ese año, en 1983. El mercado ocupaba toda la cuadra y brillaba tras la cortina de hollín que salía de los escapes. Yo nunca antes había pisado aquel lugar. Hasta esa noche. Fue entonces cuando oí hablar del hombre que vendía puerquitos de la india al fondo del mercado. Porque esa era mi misión: debía comprar un puerquito de la india. Raro, ¿no? Yo también tardé en comprenderlo.
Traducción de Paula Abramo
Fraia, Emilio
Sebastopol
Brasil: Alfaguara, 2018
Nasci em São Paulo, em 1982. Sou escritor e editor, atividades próximas e distantes ao mesmo tempo. Meu primeiro romance, O verão do Chibo, foi publicado em 2008, pela Alfaguara. Em 2012, fui um dos autores selecionados para a edição de melhores jovens escritores brasileiros da revista britânica Granta. Em 2013, escrevi o roteiro de uma graphic novel, Campo em branco (Companhia das Letras), ilustrada pelo quadrinista brasileiro-polonês DW Ribatski.
Tive contos publicados em duas coletâneas: Cuentos en tránsito, antologia de escritores brasileiros e argentinos, organizada pela Alfaguara Brasil/Argentina, e Lima Imaginada, programa que reuniu escritores latinoamericanos em Lima, Peru.
Entre 2009 e 2013 fui editor de literatura de uma das mais importantes editoras brasileiras, a Cosac Naify, onde tive a oportunidade de trabalhar com autores como Enrique Vila-Matas, Mario Bellatin, Alejandro Zambra, Alan Pauls, Péter Esterhazy, entre outros. Atualmente, sou editor literário da Companhia das Letras, responsável pela publicação de escritores como Thomas Pynchon, Mario Levrero, Natalia Ginzburg, William Faulkner, George Saunders, entre outros.
Meu livro mais recente se chama Sebastopol. Foi publicado este ano, 2018, pela Alfaguara. São três contos. O primeiro sobre uma escaladora que sofre um acidente que muda o rumo de sua vida e que, anos depois do acidente, assiste a um vídeo de uma artista misteriosa que parece narrar a sua história. O segundo é sobre um homem, de passagem por uma pousada desativada no Centro-Oeste brasileiro, que desaparece misteriosamente. E o terceiro sobre uma jovem e um velho diretor de teatro que juntos escrevem a história de um pintor russo que viveu durante o cerco de Sebastopol. São narrativas distintas entre si, mas com muitos pontos em comum, atravessadas pelos mecanismos da memória e da desfiguração do tempo.
Cíntia Moscovich nació el 15 de marzo de 1958 en la ciudad de Porto Alegre, estado de Río Grande del Sur, Brasil. Es escritora, periodista, guionista de televisión y obtuvo una maestría en teoría literaria. Está dedicada al cuento y a la novela; ha publicado cinco volúmenes de cuentos y tres novelas, una de ellas dirigida al público infanto-juvenil.
Ha sido merecedora de los principales galardones literarios en su país: un Premio Jabutí, de la Cámara Brasileña del Libro; un Premio Portugal Telecom en la modalidad de cuento; además del Premio Clarice Lispector de la Fundación Biblioteca Nacional de Brasil. Ganó también el concurso de cuento Guimaraes Rosa, de Radio France Internationale, y cuatro veces el Premio Azorianos de literatura, de la Secretaría Municipal de Cultura de Porto Alegre.
Exdirectora del Instituto Estatal del Libro, órgano de la Secretaría de Estado de la Cultura de Río Grande do Sul, esta autora trabajó como editora de libros del diario Zero Hora, de Porto Alegre, además de colaborar en periódicos y revistas de todo el país. Fue escogida como embajadora de la Feria del Libro de Porto Alegre, la mayor y más antigua feria que se lleva a cabo a cielo abierto de América Latina. Ha representado a Brasil en varias delegaciones internacionales en Alemania, Estados Unidos, Chile, España, Argentina, México, Austria, Suiza, Francia y Portugal. Sus cuentos forman parte de más de tres decenas de antologías en todo el mundo, con traducciones al sueco, alemán, catalán, italiano, español e inglés. Actualmente se dedica a dar talleres de creación literaria.
Fragmento de cuento “Amor, corte y confección” incluido en el libro
Anotaçoes Durante o Incendio
(…)
Estuvieron mirando revistas de moda – L’enfant chic, ejemplar muy usado, primero – durante un largo cuarto de hora; el olor dulce y ofensivo del perfume alcanzaba hasta el rincón más remoto de la casa. La mujer ojeaba las revistas con dedos de uñas rojas como la boca, buscando algún modelo, no sabía bien cómo, no sabía bien qué color, era la primera comunión de la sobrina, ¿por qué era tan difícil encontrar algo que le sirviera a una niña? La niña estaba sentada en el sofá al lado de la mujer, sin el más mínimo interés en lo que pasaba; miraba alrededor con los piecitos colgando en el aire.
Helena sintió una vieja angustia y tuvo ganas de salir de allí, deseo que se convirtió en realidad. Pidió permiso, ya volvía, ¿desean tomar algo? La mujer agradeció, no, no quería nada; la niña no contestó nada y se limitó a agarrar con los dedos el dobladillo de su vestido y retorcerlo, subiéndoselo hasta las rodillas. Helena fue a la cocina y trajo dos vasos de jugo, sin saber a ciencia cierta a quién estaba destinada la amabilidad. La mujer, que estaba entretenida eligiendo y encontraba todo poco agradable, rechazó nuevamente el ofrecimiento. La niña agarró el vaso con ambas manos con una cautela estudiada. Tomó el jugo a sorbos cortos, lo tomó todo, todito y volvió a poner el vaso en la bandeja, que depositó sobre el mantelito de croché. Se levantó, así, de repente, tomando impulso desde el sofá. Dio unos pasos y se quedó allí, al lado de la madrastra, parada, realmente parada, con los brazos para atrás del cuerpo y las manos en la espalda. Helena se puso alerta, en un estado de atención extraordinaria, como en un vértigo que le venía de la nuca o de la espalda, no podía precisarlo. La niña estaba allí, parada de manera provocativa en su belleza de la infancia, radiante, plena, completa, losa de la piel y brillantes en los ojos. La mujer no prestó mayor atención al hecho.
Un cuarto de hora más y una brisa de atardecer movía las cortinas, haciendo flamear el vual blanco. A esa altura, la niña caminaba por la sala, toqueteando los objetos que estaban en los estantes. Helena no tenía más interés en la mujer, se concentró, tensa e inquieta, en los movimientos de la pequeña quien, ahora, en puntas de pie, trataba de alcanzar una muñeca de trapo que se veía en lo alto de los estantes. Anticipándose a la tragedia, la dueña de casa se adelantó y con una agilidad que no tenía desde hacía mucho, buscó el juguete, se estiró y se lo entregó a la interesada, maternal y con cuidado. La pequeña agradeció y se sentó en el sofá, con la muñeca en la falda. Helena se acomodó, tranquila, en el sillón pues algún equilibrio se había restituido.
Finalmente, la señora cerró el Burda con gesto decidido, suspiró metida en una idea silenciosa y, sin mirar otra cosa más que un punto impreciso en la pared, dijo ven aquí a la niña. Obedeciendo la orden, la niña dejó la muñeca con displicencia; la abandonó en el asiento y se puso frente a la madrastra. La mujer blandió el dedo en el aire formando volutas carmesí, quiero así, decía, diseñando el escote en la pechera de puntilla, redondo ¿usted entiende? Helena afirmó con la cabeza. La otra seguía mostrando el modelo que quería, la niña con los brazos abiertos a los lados del cuerpo, las manos colgando laxas, se dejaba ser utilizada como maniquí, dando una lenta vuelta sobre sí misma, permitiendo que allí se diseñara el vestido de mentirita; y el esmalte rojo se movía ante la vista cansada de Helena, mangas flojas, con un corte que rodee la cintura, rematado por un tope atrás, que le apretara a la altura de los riñones, sacudía a la niña, así, aquí, así, ¿entiende? Entendía, entendía, ya había hecho muchos con ese corte y trató de recomendarle que comprara una tafeta sin mucho cuerpo. En las casas Safira debía haber buenas telas, ¿las mangas de organdí y la cinta de la cintura de satén, le parecía bien? Ahora, a arreglar una cita; traería la tela al día siguiente. Se pusieron de acuerdo. Antes, sin embargo, debía tomar las medidas. Esperen un poco.
Helena tomó la cinta de la mesa después de levantarse con dificultad. Se puso los lentes; de pie, frente a la clienta, colocó las dos manos sobre los hombros y la atrajo hacia sí. Con sabiduría y con una especie de resentimiento, empezó a medirla: midió a la niña en los puntos en que debía medirla, con gestos un tanto bruscos, la niña giraba, obediente, sobre el eje de su propio cuerpo, como una muñeca gentil, graciosa, siempre graciosa. Anotó las medidas con lápiz en una libreta de hojas amarillentas.
Al final, las acompañó hasta la puerta, les dijo un breve hasta luego y volvió a la mesa de trabajo. Quiso continuar desde el punto en que se había detenido, pero sentía frío y las manos se negaban. Dobló la labor, guardó las tijeras, ordenó carreteles, dedal, agujas y alfileres y se fue a preparar la cena. El perfume de la mujer, como una ofensa, todavía flotaba, dulce y mareante en la sala. La muñeca de trapo quedó, sin energía y sin gracia, sentada en el sofá.
Al día siguiente, bien temprano, llegó la tafeta de color claro, azul celeste, y los adornos correspondientes. La mujer tenía prisa; permaneció parada en el umbral, el perfume dulzón. Se limitó a preguntar cuándo sería la primera prueba. Helena respondió que dos días después, el jueves por la tarde. La clienta respondió que estaba de acuerdo y se fue contoneándose por el corredor. La costurera cerró la puerta, puso doble llave, se recostó contra el marco y trajo hacia sí el paquete. Quedó allí por algún tiempo, como quien espera que algo suceda, algo que nunca llega a suceder.
Se instaló en la mesa y diseñó el molde en un papel amarillento, lo recortó para continuar. Abrió la tela sobre la superficie de madera y empezó el clic clic de la tijera, la cinta métrica colgaba el cuello, agujas y alfileres en la almohadilla de terciopelo bordó, hilos en finos garabatos de colores, el dedal boca abajo, los pertrechos colocados al alcance de la mano. De casualidad, el mundo volvía a ordenarse; aunque peligrosamente, las hojas de la tijera vencían con golpes certeros el brillo de la tela. La muñeca de trapo, desconociendo el instante de frágil armonía, seguía sentada en el sofá.
(…)
Moscovich, Cíntia
Anotaçoes Durante o Incendio
Brasil: Récord, 2006
Cintia Moscovich nasceu em 15 de março de 1958 na cidade de Porto Alegre, no Estado do Rio Grande do Sul, Brasil. É escritora, jornalista, roteirista de televisão e mestre em Teoria Literária. Dedica-se ao conto e ao romance: tem cinco volumes de contos publicados e três romances, um deles voltado ao público infanto-juvenil.
Mereceu as principais premiações literárias em seu país: tem um prêmio Jabuti, da Câmara Brasileira do Livro, um prêmio Portugal Telecom, na modalidade de contos, além do prêmio Clarice Lispector, da Fundação Biblioteca Nacional. Também venceu o concurso de contos Guimarães Rosa, da Radio France Internationale, e por quatro vezes o prêmio Açorianos de Literatura, da Secretaria Municipal de Cultura de Porto Alegre.
Ex-diretora do Instituto Estadual do Livro, órgão da Secretaria de Estado da Cultura do Rio Grande do Sul, a autora trabalhou como editora de livros do jornal Zero Hora, de Porto Alegre, além de colaborar para jornais e revistas de todo o país. Foi escolhida patrona da Fera do Livro de Porto Alegre, o maior e mais antigo evento a céu aberto da América Latina. Representou o Brasil em várias delegações internacionais: Alemanha, Estados Unidos, Chile, Espanha, Argentina, México, Áustria, Suíça, França e Portugal. Participa em mais de três dezenas de antologias em todo o mundo, com traduções em sueco, alemão, catalão, italiano, francês, espanhol e inglês. Atualmente, dedica-se a oficinas de criação literária.
Eric cocina muy bien. Sus especialidades son el cordero, los camarones, el bacalao y las pastas.
Escribe cuentos (ha publicado seis libros, de los cuales unos cuatro en México, siendo el más reciente Las tres estaciones, de la editorial Almadía, con traducción de Paula Abramo). Tiene libros de cuentos publicados, además de México, en España y Portugal. A propósito de Portugal, España y México, lo consideran, en los periódicos, ‘uno de los más relevantes autores brasileños contemporáneos’, en una evidente exageración.
Varios de sus cuentos fueron publicados en idiomas exóticos, tales como el castellano, francés, inglés, alemán y, claro, portugués. Y también en idiomas banales como el húngaro, holandés, japonés y el chino.
Fue –y es– periodista desde hace más de medio siglo. Actualmente escribe para el diario argentino Página 12, y para el mexicano La Jornada.
Antes ha sido corresponsal o colaborador de diarios como El País, de Madrid; la revista argentina Crisis, creada y dirigida en Buenos Aires por el escritor uruguayo Eduardo Galeano, y en el suplemento Sábado, dirigido en México por Fernando Benítez, y, claro, la revista Proceso de los tiempos de don Julio Scherer, donde era uno de los dos columnistas extranjeros semanales (el otro era un colombiano llamado Gabriel García Márquez), y en un montón más de publicaciones de respeto eterno y vida más o menos fugaz (promedio: cinco años).
Aunque rechace el título de ‘traductor’ –se define como ‘un escritor que traduce a los amigos y a autores que me inquietan’– tradujo más de 80 libros de amigos como Juan Gelman, Juan Carlos Onetti, Mario Benedetti, Antonio Skármeta, Eduardo Galeano, Juan Rulfo, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, e ‘inquietantes’ como Miguel de Unamuno, el cubano Virgilio Piñera y el españolísimo Pedro Almodóvar, una novelita porno escrita y publicada en sus años jóvenes de cineasta.
En tres ocasiones ganó el Jabuti, el más prestigioso premio literario brasileño de literatura por sus traducciones. En tres ocasiones ha sido finalista como cuentista, y en otra, premiado con un Jabuti de no-ficción.
Es hincha del Fluminense, calza 41, fuma, le gusta el buen vino, y es alucinado por los chiles en nogada.
Fragmento del cuento “Dicen que ella existe” incluido en el libro Las tres estaciones
El hombre estaba en la sala leyendo el periódico en una poltrona forrada de tapiz de flores. Mientras leía el periódico, recordaba otros días, otros momentos. Recordaba a su abuelo médico, recordaba a su padre muerto, recordaba a su hermana, recordaba a su amigo, y al recordarlos estaba con todos ellos.
El hombre estaba leyendo el periódico cuando su mujer le pidió que fuera a bañar a su hijo. El hombre preguntó si el niño no sabía bañarse solo. La mujer dijo que sí, pero que siempre convenía echarle un ojo. A fin de cuentas, no tenía más que seis años.
El hombre dobló el periódico antes de dejarlo en el suelo, se bebió el resto de lo que había en el vaso y fue al baño.
El niño ya se había quitado la ropa, estaba en la ducha y pidió:
–¿Me abres la llave? Ábrela y haz que salga tibia, papá.
En el tono de voz del niño había cierta solemnidad que le hizo gracia al hombre. Primero abrió la llave del agua caliente, tras apartar al niño hacia un rincón de la ducha. Puso la mano bajo el chorro y, poco a poco, fue abriendo la otra llave.
Hizo todo aquello como si llevara a cabo una especie de ceremonia, dándole importancia a cada gesto. Finalmente, le dijo a su hijo:
–Pruébala. Creo que así está bien.
El niño se metió bajo el chorro y le agradeció:
–Está perfecta, papá, gracias.
El hombre se quedó viendo cómo su hijo se enjabonaba el cuerpo y se preguntó si toda aquella meticulosidad sería normal o si se trataría de una representación para impresionarlo.
Para establecer normas y límites, insistió en recordarle que estaba allí en una misión supervisora:
–No se te olvide lavarte la cabeza. El niño, entonces, le pidió:
–¿Me pones champú en el pelo? Es que tengo que cerrar bien los ojos y si no veo nada no logro ponérmelo.
El hombre pensó preguntarle a su hijo qué tenía de difícil ponerse champú con los ojos cerrados, pero prefirió no decir nada.
Sin dejar la solemnidad, el niño se quejó dos veces: quería más champú.
–Mamá siempre me echa dos veces, para que el pelo me quede bien limpiecito –explicó, con cierto enfado. De pronto, todavía con los ojos cerrados, el niño le dijo a su padre:
–Esa Cecilia, ¿ya sabes cuál?
–Ajá –dijo su padre, que en realidad no sabía de quién se trataba.
–Es inmunda. Es una puerca.
–¿Cecilia? –quiso saber su padre, dándose cuenta de que entraba en un terreno peligroso. No tenía ni la menor idea de quién era Cecilia.
–Sí, ella. Es una cochina. Ni te imaginas.
–Pues, no, no me imagino. No parece. ¿Por qué dices eso de Cecilia?
–¿No parece? ¡Claro que parece, papá! Es una cochina, una asquerosa, una fea. El odio. Cecilia es la niña más sucia de mi salón. La más cochina de todas las niñas de mi salón.
El hombre respiró aliviado: ahora sí, sabía quién era Cecilia. Recordó una carita redonda y dos enormes ojos azules.
–Es la niña más cochina y más fea y más asquerosa de toda la escuela. Entonces el padre se dio cuenta de que su hijo estaba empezando a llorar. Antes de que tuviera tiempo de decir nada, el niño prosiguió:
–Es la niña más asquerosa del mundo. No hay nadie más horrendo que Cecilia. La detesto más de lo que detesto a toda la gente que detesto. Es fea y es horrible, ¿sabes?
–No, hijo. No lo sé. No lo sabía.
–¡Sí, lo sabes! Todo el tiempo se le escurren los mocos, papá –y el niño lloraba cada vez más fuerte bajo el chorro de la ducha–. Hoy mismo le chorreaba la nariz, es una cochina, es…
El hombre aprovechó que el llanto le había cortado la voz al niño y dijo:
–Pero hijo, cuando uno está resfriado…
–Ella es peor, papá –lo interrumpió el niño, sin dejar de llorar–. La odio y ya no quiero hablar con ella ni mirarla ni que ella me mire ni que me hable ni que se siente en mi salón ni que vaya a mi escuela ni que viva en mi ciudad.
Y tuvo que interrumpirse de nuevo, porque de nuevo el llanto le cortó la voz.
El hombre se preguntó cómo habría comenzado todo aquello. Quería hacer algo para mitigar la tristeza del niño, pero no sabía qué ni cómo. Decidió estarse quieto.
Estaba arrodillado en el piso frío del baño y había abierto la cortina de la ducha; el agua le salpicaba la ropa, pero al hombre no parecía importarle.
Y entonces el hombre recordó a su propio padre y sintió una punzada en el cuello.
–Lo peor de todo –dijo el niño de pronto, llorando cada vez más fuerte– es que hoy Cecilia dijo que ya no va a ser mi novia. Dijo que ahora es novia de Rafael. Odio a esa asquerosa, a esa mocosa, fea, mugrienta…
Y entonces el padre hizo lo único que podía hacer para decirle al niño que entendía todo aquel dolor infinito, y que no podría impedir ese dolor ni impedir que ese mismo dolor volviera a aparecer muchas veces a lo largo de su vida; tenía que mostrarle al niño que daría lo que fuera por evitarle aquel dolor y todos los que aún estaban por venir.
El padre se metió bajo el chorro la ducha, se arrodilló junto a su hijo, lo abrazó con fuerza y se echó a llorar con él.
Nepomuceno, Eric
Las tres estaciones
México: Almadía, 2018
O Eric cozinha muito bem. Suas especialidades são cordeiro, camarões, bacalhau e massas.
Escreve contos (tem uns seis livros, dos quais quatro estão publicados no México, sendo o mais recente Las três estaciones, da editorial Almadía e com tradução de Paula Abramo).
Tem livros de contos publicados, além do México, na Espanha e em Portugal. Falando de Portugal, Espanha e México, ele é considerado pelos jornais desses países, ‘um dos mais importantes autores brasileiros contemporâneos’, o que é um evidente exagero.
Vários dos seus contos foram publicados em idiomas exóticos, como o castelhano, o francês, o inglês, o alemão e, claro, em português. E também em idiomas comuns, como o húngaro, o holandês, o japonês e o chinês.
Foi – e é – jornalista, há mais de meio século.
Atualmente, escreve para o diário argentino Página 12 e para o mexicano La Jornada.
Antes, foi correspondente ou colaborador de jornais como El País, de Madrid; da revista argentina Crisis, criada e dirigida em Buenos Aires pelo escritor uruguaio Eduardo Galeano; do suplemento Sábado, dirigido no México por Fernando Benítez e, claro, da revista Proceso, dos tempos de dom Julio Scherer, onde era um dos dois colunistas estrangeiros semanais (o outro era um colombiano chamado Gabriel García Márquez), e em mais um montão de publicações de respeito eterno e vida mais ou menos fugaz (média: cinco anos).
Embora ele negue o título de ‘tradutor’ – se define como ‘um escritor que faz traduções para os amigos autores que me inquietam’ – já traduziu más de 80 livros de amigos como Juan Gelman, Juan Carlos Onetti, Mario Benedetti, Antonio Skármeta, Eduardo Galeano, Juan Rulfo, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, e ‘inquietantes’ como Miguel de Unamuno, o cubano Virgilio Piñera e o espanholíssimo Pedro Almodóvar, um romancezinho pornô escrito e publicado nos seus anos jovens de cineasta.
Em três ocasiões ganhou o Jabuti, o mais prestigioso prêmio brasileiro de literatura, com as suas traduções.
Em três ocasiões foi finalista como contista e, em outra, premiado com um Jabuti de não-ficção. Torce pelo Fluminense, calça 41, fuma, gosta de um bom vinho e é loco por chiles en nogada.
Cristovão Tezza nació en 1952, en la ciudad de Lages, estado de Santa Catarina, en el sur de Brasil, y de niño se mudó para Curitiba, capital del estado de Paraná, donde vive hasta hoy. En su juventud participó de una comunidad alternativa de teatro popular trabajando como actor y autor, al mismo tiempo que escribía sus primeros textos. Más tarde fue profesor del curso de letras en la Universidade Federal do Paraná. Con la publicación de la novela Trapo, en 1988, se dio a conocer en el escenario brasileño, y continuó con la publicación de una serie de libros que lo hicieron uno de los nombres representativos de su generación, como Uma noite em Curitiba, A suavidade do vento, Juliano Pavollini, O fantasma da infância, Aventuras provisórias y Breve espaço entre cor e sombra (ganó en 1998 el Premio para la mejor novela, de la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro).
En 2004 lanzó su novela O fotógrafo, que ganó los premios Jabuti y Bravo! de literatura. En 2007 publicó O filho eterno, novela de fondo autobiográfico sobre la relación entre un padre y un hijo con síndrome de Down. El libro tuvo un gran impacto en la crítica y en el público brasileño: recibió los principales premios del país (Jabuti, Portugal-Telecom, Zaffari-Bourbon, APCA y el Premio São Paulo de literatura) y fue traducido para más de una decena de países. (En México, El hijo eterno fue publicado por Elephas). Fue finalista del Premio IMPAC-Dublin de obras publicadas en lengua inglesa, y en Francia recibió el Premio Charles Brisset de mejor novela del año. La novela fue adaptada para el cine.
En los años siguientes publicó dos antologías de crónicas (Um operário em férias y A máquina de caminhar), la colección de cuentos Beatriz, y las novelas Um erro emocional, O professor y A tradutora (Premio Jabuti de 2017). Publicó también el libro de ensayos Literatura à margen y su autobiografía literaria, O espírito da prosa. Su más reciente novela, A tirania do amor, narra la crisis personal y profesional de un economista brillante inmerso en las fracturas económicas y políticas del conturbado Brasil contemporáneo. Actualmente, Cristovão Tezza es columnista de la sección de cultura del periódico Folha de S. Paulo.
Fragmento de la novela A tirania do amor
Cristovão Tezza
Ante el semáforo en rojo, que contempló abstraído como alguien bajo una corta hipnosis, decidió (y al mismo tiempo imaginó las preguntas: ¿Cómo así? ¿Te volviste loco?) abdicar de su vida sexual. La idea lo golpeó opaca, sin énfasis, casi ya un hecho consumado, como el brillo fijo del semáforo de peatones, muñequito inamovible: abdicar. Con el cansancio – no exactamente cansancio, esa cosa menor, localizable, pasajera, él pensó: es diferente ahora, una especie de completo agotamiento – y más el limbo de la mañana, en esta neblina mental en la que el día se puede transformar en cualquier cosa, y con una vastísima información privilegiada (y él imaginó el proceso que se seguiría, vio la imagen de su mujer fundiéndose con la de un ejecutivo sénior con una pila de carpetas por delante, la decisión se tomó con base en una información privilegiada a la que ninguno de los demás accionistas tuvo acceso. ¿Qué puede usted decir al respecto? Su prueba es obviamente ilegal).
Antes de llegar al otro lado de la calle calculó la distancia y alargó el paso a modo de completar los 19 pasos de todas las mañanas, el placer del número primo, y proseguir hasta la oficina. Estoy inmerso en la vulgaridad, pensó, una frase que décadas atrás había escuchado de su padre, y que ahora caía de la nada sobre su cabeza, del mismo modo que la decisión que se le ocurriera hacía dos minutos, abdicar de la vida sexual, y eso tenía que ver – y se detuvo ante el puesto de periódicos, fijando una noticia con la mirada de un sonámbulo, Trump derriba la bolsa brasileña –, eso tenía que ver, tanteó, aún en duda, leyendo varias veces la misma noticia, con la información privilegiada, asociación que en vez de llevarlo a reír del absurdo, ahora le parecía verdaderamente una violencia ética, un error de principio que iba a modificar su vida entera por nada y que, por tanto (como así, ¿por nada?!), pero la mente cambió de rumbo y él prosiguió su camino traspasado por el recuerdo inesperado de su colega recién graduado que, respetuosamente, un respeto que llegaría al ridículo si no fuese sincero, lo había consultado dos días antes, jalando la silla con rueditas para cerca de él: Por favor, licenciado Octavio, dígame: Trump, técnicamente, es de derecha o de izquierda? Ante el silencio de él, el chico reforzó, quiero decir, disculpe, estrictamente bajo el punto de vista económico, es claro. Pero su mente se volvió hacia atrás, aún imaginando la propia figura a la espera de que el semáforo se pusiera en rojo, alguna cosa se había quedado allá, un fotograma que se retrasa – abdicar de la vida sexual – y, en una secuencia de pequeñas ecuaciones mentales, sintió una epifanía de libertad, un arrebato misteriosamente feliz. Me sentí bañado de libertad, él se imaginó contando a alguien, alegre, casi con euforia. ¿Pero, de donde venía este sentimiento? ¿Una puerta que se abre – ¡al fin libre! – o un peso que se quita de la espalda (un estoy libre más discreto, más un simple alivio pasajero que una auténtica libertad)? La sensación, sin embargo, era buena – una variable menos que ponderar, lo que simplifica las cosas. En su caso, las mujeres, y de nuevo la epifanía le regresó: ya no las voy a necesitar.
Dobló la esquina de siempre, Bellberg Jewels & Watches, deteniéndose ante una vitrina blindada con objetos de oro, la mente buscando una salida. El vacío: era preciso llenarlo, fue lo que él pensó, regresando a Rachel. Un hermoso rostro: eso es verdad. Tal vez sea sólo eso mismo – y desviando los ojos del collar para un reloj de pulso de mostrador minimalista, con apenas 4 líneas delgadas representando los números 12, 3, 6, 9 – treinta, sumó – se vio diciendo a su compañero de trabajo que en breve los relojes serian como las chisteras, o, está bien, concedió, como pulseras raras, excrecencias sin función o signo de mal gusto de los emergentes, como los aprendices, agregó con una risa que cayó en un vacío, porque todos ellos vivían profesionalmente en un nido de nuevos ricos, ese era el espíritu de la cuestión, y yo podría tener un futuro tan bueno en la vida académica después de la fracasada tesis de casi doctorado, Los funcionarios de la Corona, que iniciaba con una larga introducción sobre las variables culturales de las poblaciones como factor relevante para la eficacia de las políticas económicas, la clasificación tripartita del espíritu de las naciones entre individualismo estatal (América Latina), tradición comunitaria (países nórdicos) y obediencia atávica (Oriente), división esta que se vio sometida a una masacre humillante y torturante por los sinodales, y en un momento él olvidó a las mujeres y se concentró en su despido inminente, ¿Usted es un simple dinosaurio o un complejo cleptosaurio?, alguien preguntó riéndose, y él no llegó a sentirse ofendido, de tanto que el incidente había sido divulgado; falta un Cristo para dar a los ladrones lo que es de los ladrones y a los honestos lo que es de los honestos. ¡De eso depende nuestro futuro!, no tanto por una eventual preocupación, sino más propiamente por el sentimiento del cálculo acertado, yo seré despedido en breve: si yo estuviera en el lugar de ellos, también me despediría en esta circunstancia, el lujo desechable, el analista de la coyuntura, como si el desastre consumado necesitara un analista. Sin ansiedad o miedo, si me corren, yo voy a vivir de mi patrimonio, podría decir con un toque de arrogancia, lo que es sorprendente en alguien de tu edad, tan joven a los 54 años, se dijo él mismo, en un soplo de autoestima que intentó disfrutar en el pecho apretado. No voy a necesitar el dinero de Rachel, que brota de su despacho de augustos abogados, adentrándose ahora en el nido de delatores. No se ilusionen, alguien dijo; ese dinero es nuestro. La idea de vulgaridad – retomó este otro asunto que desde hace poco había caído sobre su cabeza – reapareció con la lógica dispersa de un número primo, y él siguió mirando la vitrina, resistiéndose a dar los 53 pasos restantes para llegar al edificio donde iba todos los días, si no se topase con nadie. Rachel, te tengo una información privilegiada. El método parece vulgar, lo reconozco, pero es jurídicamente defendible, hablando en tu idioma. ¡Tú dejaste aquello allí!
Tezza, Cristovão
A tirania do amor
Brasil: Editora Todavia, 2018
Cristovão Tezza nasceu em 1952, em Lages, no estado de Santa Catarina, no sul do Brasil, mas mudou-se criança para Curitiba, capital do Paraná, onde vive até hoje. Na juventude, participou de uma comunidade alternativa de teatro popular, trabalhando como ator e autor, e escrevendo seus primeiros textos. Mais tarde, tornou-se professor do curso de Letras da Universidade Federal do Paraná. Com a publicação do romance Trapo, em 1988, começou a se tornar conhecido no cenário brasileiro, e seguiu-se uma série de livros que fizeram dele um dos nomes representativos de sua geração, como Uma noite em Curitiba, A suavidade do vento, Juliano Pavollini, O fantasma da infância, Aventuras provisórias e Breve espaço entre cor e sombra (que em 1998 ganharia o prêmio de melhor romance da Biblioteca Nacional do Rio de Janeiro).
Em 2004, lançou o romance O fotógrafo, que ganhou os prêmios Jabuti e Bravo! de literatura. E em 2007, publicou O filho eterno, romance de fundo autobiográfico sobre a relação entre um pai e um filho com síndrome de Down. O livro teve um grande impacto na crítica e no público brasileiros: recebeu os principais prêmios do país (Jabuti, Portugal-Telecom, Zaffari-Bourbon, APCA e Prêmio São Paulo de Literatura) e foi traduzido para mais de uma dezena de países. (No México, El hijo eterno foi publicado pela Elephas, e, em espanhol, sairão edições também no Chile, pela Tajamar, e na Espanha, pela Tres Puntos.). Foi finalista do prêmio IMPAC-Dublin de obras publicadas em língua inglesa e, na França, recebeu o prêmio Charles Brisset de melhor romance do ano. O romance foi adaptado para o cinema.
Nos anos seguintes, publicou duas antologias de crônicas (Um operário em férias e A máquina de caminhar), a coletânea de contos Beatriz, e os romances Um erro emocional, O professor e A tradutora (Prêmio Jabuti de 2017). Publicou também o livro de ensaios Literatura à margem e sua autobiografia literária, O espírito da prosa. Seu mais recente romance, A tirania do amor, conta a crise pessoal e profissional de um economista brilhante imerso nas fraturas econômicas e políticas do conturbado Brasil contemporâneo. Atualmente, Cristovão Tezza é colunista do caderno de cultura do jornal Folha de S.Paulo.
Luize Valente nació en Río de Janeiro, es de origen portugués y alemán. Apasionada por la historia, se ha dedicado a estudiar minuciosamente la historia de los judíos, y las vidas de los refugiados de guerra. Se graduó en periodismo, con un posgrado en literatura brasi- leña. Con este trasfondo, dibujó el camino hacia su principal vocación: la ficción histórica.
En 2012, se sumergió en la escritura de ficción y publicó su primera novela, O Segredo do Oratório (El secreto del santuario) de Editora Record, que resultó finalista del Premio São Paulo de Literatura en 2013. La novela fue traducida y publicada en Países Bajos por Nieuw Amsterdam con el título De sleutel tot het familiegeheim (2013). En 2015 lanzó su segunda novela, Uma Praça em Antuérpia, también publicada por Record. Llegó al otro lado del Atlántico: la versión portuguesa fue publicada por Saída de Emergência. En 2016, escribió la obra O Mundo Indecifrável (El mundo indescifrable). En 2017 publicó su tercera novela, Sonata em Auschwitz (Sonata en Auschwitz), también por Record en Brasil y, en 2018, por Saída de Emergência en Portugal. A finales de 2017, la novela se incluyó en la lis- ta de libros más vendidos de la revista VEJA en Brasil. De enero a febrero de 2018 alcanzó el segundo lugar de los libros de ficción más vendidos en Portugal en la librería Bertrand, la más antigua del mundo, y el primer lugar de los libros en portugués de mayor venta en FNAC Portugal.
Los derechos cinematográficos y televisivos de sus dos primeras novelas, O Segredo do Oratório y Uma Praça em Antuérpia, fueron adquiridos en 2017 por los productores brasileños Breno Silveira (Conspiração Filmes) y Paula Fiuza (Canal Laranja).
En el campo de la no ficción, se asoció con la fotógrafa Elaine Eiger para escribir el libro Israel: Rotas e Raízes (Israel: rutas y raíces) (1999). Esta asociación también produjo los documentales Senderos de la memoria: la trayectoria de los judíos en Portugal (2002) y La estrella oculta en el fondo (2005).
Como periodista ha trabajado durante más de dos décadas en televisión, donde cubrió asuntos internacionales en la red de transmisión de Globo. Luize escribe sus nove- las después de un viaje de investigación de campo y una reconstitución de los viajes de los personajes.
Fragmento de Sonata em Auschwitz
Berlín, abril de 1999
Una fecha especial para los alemanes. Después de décadas, Berlín vuelve a ser oficialmente la capital de Alemania reunificada. Es un día especial para mí. Voy a conocer a la abuela de mi padre: mi bisabuela Frida. Mi llegada coincide con la reinauguración del edificio del Reichstag, la sede del Parlamento alemán. No es mi primer viaje a Berlín, pero es como si lo fuera. Después de la caída del Muro, seguimos — yo y otros alumnos de la Facultad de Derecho de Lisboa — en una excursión informal organizada por el professor del Penal, un aficionado por el sistema jurídico alemán, influencia mayor del sistema português. Él acostumbraba llamarme de Hafner, “la alemanita”. En aquel tiempo, no tenía ni veinte años, y aquello no me incomodaba ni alteraba en nada mi existencia. Nunca comenté con mi padre, ni en tono de broma, simplemente porque en nuestra casa no se habla sobre su pasado alemán. Mi padre se considera un portugués pleno, ama el país más que si hubiese nacido en él. Llegó a Portugal en torno de los cinco años, fue alfabetizado en portugués. Dice no recordar nada del alemán y nunca se interesó en estudiarlo. Conoció a mi madre en la facultad, al inicio de los años sesenta. Pronto se enamoraron. Se graduaron en Derecho, se volvieron militantes, lucharon lado a lado contra el régimen de Salazar, fueron perseguidos y siguieron para el exilio en Mozambique, donde mi hermano y yo nacimos. Él, en 1968, yo en 1970. Me dieron el nombre de Amalia en homenaje a mi abuela materna.
No les encantaba el fado. Yo agradezco la ironía, pues al contrário de ellos, adoro el lamento de las guitarras que, coincidentemente, aprendí a escuchar con mi abuela Amalia. Fue también con ella que comencé a tocar piano, pasión que me acompaña hasta hoy. Llegamos a Portugal en la navidad de 1974, meses después de la Revolución de los Claveles. Mi padre se naturalizó. Quería ejercer el derecho democrático de voto. Con Gretl y Helmut, mis abuelos paternos, no tenemos el menor vínculo, nunca lo tuvimos. Fuimos a vivir en Lisboa, ellos vivían en una pequeña ciudad en el Algarve. Recuerdo vagamente la primera y única vez que los vi, después que llegamos de Maputo. Recuerdo una discusión, un puño golpeando la mesa, yo y mi hermano construyendo una carretera con una baraja vieja sobre el tapete de la sala. En seguida, mi madre aproximándose, levantándonos por los brazos y susurrando de prisa: “Digan adiós al abuelo y a la abuela, estamos yendo para casa.” Si fuese en cualquier otro lugar o momento, habríamos hecho la cara que antecede al llanto, pero, allí, en aquel instante, percibimos que algo muy serio había acontecido. Nos levantamos y partimos. Nunca más vimos a los abuelos Gretl y Helmut. Jamás se comentó sobre ese día. Como ya dije, en mi casa no se habla sobre el pasado, sobre Alemania, mucho menos sobre el Holocausto. No que sea un tabú. Simplemente no es asunto.
En la escuela, no había judíos. Son poquísimos en Portugal. Cuando la Segunda Guerra entró en el plan de estudios, yo prefería tocar piano, oír música y organizar protestas estudiantiles, para orgullo de mi padre, que, al contrário de otros, incentivaba mis ideas anarquistas. Vengo al encuentro de Frida sin que ella lo sepa. Frida completará cien años en algunos días, un siglo vivido en el siglo XX. Hablamos por teléfono, por la mañana, y ella quedó de ir a verme en un domicilio elegante de Berlín: el bar del Hotel Kempinski, en la avenida Kurfürstendamm o simplemente Kudamm —, la calle más famosa del lado oeste de la ciudad.
Llego dos horas antes. Tiempo más que suficiente para caminar en la ancha avenida con sus tiendas de marca, restaurantes, cafés. Aguardo el anochecer. Nuestro encuentro está marcado para las siete y media.
Recuerdo, una vez más, el primer viaje a Berlín, con el grupo de la facultad. En aquella misma avenida — Kudamm — estaba yo en julio de 1990. En pleno verano, el viaje fue, más que todo, diversión. Berlín era el corazón de la música electrónica, el ritmo techno pulsaba en los clubes nocturnos. Los dos lados de la ciudad se unían después de tantas décadas divididos por el Muro, y mucho más que él. Pero a mí nada de eso me interesaba. Mucho menos lo que había ocurrido antes de la separación. Yo quería ir a las fiestas que transformaban las naves y fábricas abandonadas en altares del rave. En aquella misma avenida yo estaba hacía nueve años, bailando con centenas de personas al son de DJs que tripulaban pickups en carros abiertos. La ciudad era una fiesta. Yo era joven y el pasado no importaba. Regresé de ese viaje pensando que Portugal era retrógrado. Yo quería vivir en Alemania, dar un tiempo al Derecho y estudiar música. El techno alemán tenía referencias eruditas de compositores contemporáneos como Stockhausen. Era diferente, osado. Yo tenía una formación de piano clásico. Regresé decidida a adquirir mi ciudadanía alemana.
El viaje a Berlín — fueron meros cuatro días — ya había sido motivo de discusión en casa. Mi padre estaba en contra. No que tuviese que darme permiso, yo era mayor de edad. Necesitaba su patrocinio. Mi madre intercedió y él acabó liberando el dinero. En aquella época, no me dio ningún motivo concreto. Decía apenas que pensaba que era un desperdicio, tirar dinero. ¿Cuatro días en Berlín? De seguro, iríamos a meternos en bares, varar la madrugada, ir como zombis a visitas guiadas por el professor. Regresaríamos trayendo en el equipaje solamente sueño atrasado. Podríamos hacer todo eso en Lisboa y saldría más barato, dijo, después de llenar el cheque y salir golpeando la puerta de su despacho. Él estaba en lo cierto. Fue exactamente lo que hicimos. Con la diferencia de que, por alguna razón que hoy comienzo a entender, regresé con unas irresistibles ganas de vivir en Berlín. Pero esto no lo discutí con él. Guardé mis planes para mí. Comencé a estudiar alemán con tanto ahínco que, en un año, ya dominaba el idioma. No paré más. Al mismo tiempo, fue creciendo mi interés por las causas ligadas a los derechos humanos y a los flujos migratorios que comenzaban a surgir con la apertura del Este Europeo. Y, así, el sueño de dejarlo todo y dedicarme a la música techno me pareció la mayor tontería de todos los tiempos. Realmente me gustaban las tocadas clásicas. Y también debo admitir: yo amaba a mi país y, como mis padres, iría a luchar por un gobierno más justo e igualitario.
Valente, Luize
Sonata em Auschwitz
Brasil: Editora Record, 2017
Luize Valente nasceu no Rio de Janeiro, de origem portuguesa e alemã. Apaixonada por História, Luize tem estado aprofundando o estudo da história dos judeus e a vida dos refugiados de guerra. É formada em Jornalismo, com pós-graduação em Literatura Brasileira. Com esse transfundo, Luize traçou seu caminho rumo à sua principal vocação: a ficção histórica.
Em 2012, Luize mergulhou na leitura de ficção e publicou seu primeiro roman- ce, O Segredo do Oratório (El secreto del santuario), da Editora Record, que resultou finalista do Prêmio São Paulo de Literatura em 2013. O romance foi traduzido e pu- blicado nos Países Baixos por Nieuw Amsterdam com o título De sleutel tot het fami- liegeheim (2013). Em 2015 lançou seu segundo romance, Uma Praça em Antuérpia, também publicado pela Record. Chegou ao outro lado do Atlântico: a versão por- tuguesa foi publicada pela editora Saída de Emergência. Em 2016, Luize escreveu a obra O Mundo Indecifrável (El mundo indescifrable). Em 2017 publica seu terceiro ro- mance, Sonata em Auschwitz (Sonata en Auschwitz), também publicada pela Record no Brasil e, em 2018, pela Saída de Emergência em Portugal. No final de 2017, a obra foi incluído na lista de livros mais vendidos da revista VEJA no Brasil. Em janeiro / fevereiro de 2018, atingiu o segundo lugar dos livros de ficção mais vendidos em Portugal na livraria Bertrand, a mais antiga do mundo, e o primeiro lugar dos livros em português de maior venda na FNAC Portugal.
Os direitos cinematográficos e televisivos dos seus dois primeiros livros, O Segre- do do Oratório e Uma Praça em Antuérpia, foram adquiridos em 2017 pelos produto- res brasileiros Breno Silveira (Conspiração) e Paula Fiuza (Canal Laranja).
No campo da não ficção, foi parceira da fotógrafa Elaine Eiger ao escrever o livro Israel: Rotas e Raízes (Israel: Rutas y raíces) (1999). Essa parceria também produziu os documentários Caminhos da memória: A Trajetória dos Judeus em Portugal (2002) e A Estrela Oculta do Sertão (2005).
Como jornalista, Luize tem trabalhado durante mais de duas décadas na televi- são, cobrindo assuntos internacionais na rede de transmissão da Globo. Luize es- creve seus romances sempre depois de uma viagem de pesquisa de campo e uma reconstituição das viagens dos personagens.