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Marcos Peres

 

 

Marcos Peres nació en Maringá, estado de Paraná. Es licenciado en derecho egresado  de la Universidade Estadual de Maringá y trabaja en el Tribunal de Justicia del Estado  de Paraná. Por su primera obra, O evangelho segundo Hitler (El evangelio según Hitler — Editora Record, 2013), recibió el Premio SESC (Servicio Social del Comercio) de Literatura 2012/2013 y el Premio São Paulo de literatura en 2014, y fue también finalista del Premio Jabutí 2014. Que fim levou Juliana Klein? (¿En qué acabó Juliana Klein?), una novela noir filosófica, fue lanzada en julio de 2015 en Brasil, también por la Editora Record. Su obra fue publicada en España y México por la Editorial Maresia y, en Portugal, por la Editora Nova Delphi.

En sus obras el autor revisita a Nietzsche, Hitler y Borges, mezclando postulados filosóficos, hechos notables y teorías conspiratorias. El autor fusiona memoria e imaginación y las expresadas con el mismo fin: mostrar que la literatura es una manera de recrear la historia.

 

Fragmento de la novela
El Evangelio según Hitler



Por aquel entonces, la revista Ostara ganaba reputación y lectores en Alemania mes a mes. Durante mi encierro tuve oportunidad de leer uno de sus números. Todos los artículos tenían un inequívoco tufillo nacionalsocialista y antisemita, amén de ingredientes paganos. El paganismo era el elemento determinante para alejarse de las tradiciones existentes y entrar así en colisión directa con el judaísmo. Leí un texto, por ejemplo, que, tras evocar a los nibelungos y diversos mitos nórdicos, proclamaba sin ambages que todo alemán empuñara las armas contra los judíos, porque la raza aria estaba en peligro. La Germanenorden, la Thule, todas las sociedades secretas surgidas en esos convulsos años eran fruto de un contexto social y político que propició convertir a los judíos en el gran mal del pueblo alemán. En este sentido, los Protocolos de los sabios de Sión, un opúsculo seguramente más difundido de boca en boca que realmente leído, jugó un papel clave para manipular el sentir de gran parte del pueblo alemán con respecto a los judíos, sin importar que todas las acusaciones fueran infundadas y a todas luces falsas. Su pernicioso efecto se vio amplificado, a mi entender, por un recurso de carácter literario. El libelo afirmaba, en su introducción, que lo que los lectores iban a leer era una transcripción de las actas de una reunión de sabios judíos en Basilea cuyo cometido había sido dirimir cómo dominar el mundo estancando la economía y la política de los principales países europeos. Una ficción, una mentira, un engaño, se hacía pasar por real. A las masas les encantó, claro.

Mis tres secuestradores, recluidos en una sociedad secreta de la que sólo ellos, Raquel y yo teníamos conocimiento, eran ajenos a esa opinión generalizada. Frente a la creciente inquina y repugnancia hacia los judíos, los tres ofitas veían «la cuestión judía» como una señal inequívoca de que la Voluntad divina estaban a punto de cumplirse, al igual que en la época en que Roma se ensañó contra el judío más famoso de la historia. Así, mientras gran parte de la élite económica, intelectual y política alemana leía los artículos publicados en Ostara en clave de alerta, Rech, Sven y Jürgen atribuían a la ola de antisemitismo un carácter metafísico, argumentando que el judío que fuera señalado como el Mesías debía morir, sí, pero no por las razones esgrimidas por esa corriente de pensamiento. A la indignación por los planes ocultos de los judíos provocada por la difusión de los Protocolos, los tres ofitas oponían una esperanza creciente, pues estaban convencidos de que andaban cerca de descubrir la Verdad.

—Los Protocolos, Borges, son una metáfora. Que los judíos estén en el subsuelo, tramando una conspiración mundial, es un mensaje cifrado que pocos entienden.

—¿Un mensaje cifrado?

—Se habla de los judíos, en plural, porque hay un interés por centrar el debate en el asunto de la superioridad de la raza aria.

Se habla del subsuelo para remarcar que aquéllos están ocultos, urdiendo sus intrigas. Pero ¿y si nada de eso fuera cierto? ¿Y si sólo se tratara de un judío, uno sólo, como apuntaste? Ese subsuelo no sería entonces el interior de la tierra, las catacumbas, sino los adentros de ese judío. La sangre heredada de su Padre. El bien más precioso. La sangre real. Ese judío intriga porque intrigan contra él. Ésa es la metáfora que no ven, Borges. La metáfora del Hijo de Dios. Ni la Thule ni ninguna de las órdenes secretas existentes. El subsuelo es el corazón de un hombre que bombea la Sangre Divina; no el Vril.

A todo esto, en la Thule se intensificaba la búsqueda de la Tierra Hueca, así como el sentimiento nacionalista, inflamado por el antisemitismo. Acompañé varias veces a los tres ofitas a las reuniones y fui presentado a aristócratas, banqueros, políticos, gente importante de la élite alemana, creyentes todos de que había algo escondido en el subsuelo y de que los judíos eran una nefasta plaga para el mundo. En uno de esos encuentros, Rech me presentó a varios dirigentes del Partido Nacional del Pueblo Alemán. Entre otros, a un tal Alfred Rosenberg, un tipo curioso, parlanchín, extrovertido, que nos habló de sus ideas y el brillante futuro que aguardaba a Alemania. Después de su elocuente discurso, nos dijo que había una persona a quien debíamos conocer. Nos lo señaló con el dedo:

—Es aquel de allí. Un hombre muy prometedor. Un buen orador, con un enorme magnetismo personal, que será muy útil para nuestro amado país y nuestros planes.

Nos acercamos a él y Rosenberg nos presentó:

—Éste es Rech y éste es Borges, un argentino que, según dicen, posee una mente literaria maravillosa.

El hombre enfocó sus ojos en mí cuando escuchó mi nombre.

Frunció el ceño y unos hilillos de nervios crecieron en sus sienes.

Juro que en aquel momento un miedo de un orden que hasta entonces nunca había sentido creció dentro de mí. Un pánico que, en un principio, pensé que tenía que ver con la sensación de que ese hombre sería capaz de descubrir que yo era un impostor sólo con su mirada, una mirada penetrante como nunca había visto antes. Sin mudar un ápice su semblante, dijo con una voz enérgica y metálica:

—Encantado, Borges. Soy Hitler. Adolf Hitler. Espero que sus escritos puedan ser valiosos para el futuro de nuestra gloriosa Alemania.

 

Peres, Marcos
El Evangelio según Hitler

España: Maresia Libros, 2017