Manuela Nascimento
Nací en 1986 en Santo Antonio de Jesús, pequeña ciudad ubicada en el Recóncavo Sur de la Bahía de Todos los Santos, aproximadamente a 187 kilómetros de la capital del estado, Salvador. Recóncavo es el nombre que se da a la región que circunda dicha bahía y la ciudad de Salvador, en el estado de Bahía. Ese territorio, desde los comienzos de la formación de Brasil, ha sido de una gran producción económica y cultural, habiendo sido marcado sensiblemente por la gran influencia de la población negra, predominante en la región. Fue en esa región donde nací y me crié.
Soy profesora de historia con maestría en historia regional y local, formada por la Universidad del Estado de Bahía (Uneb), una universidad que, como dice Gilberto Gil, me dio “regla y compás”. Fue ahí donde aprendí a ser una mujer negra feminista que entiende que sin enfrentarnos al racismo, al machismo y a todas las opresiones que nos circundan, no lograremos construir una sociedad justa y democrática. Y son el salón de clases, la escritura y la investigación las herramientas que escogí para difundir esos ideales.
En la maestría desarrollé investigación y producciones textuales relacionadas con las trayectorias de vida de las poblaciones negras y sus experiencias afrorreligiosas. Fue con dichas investigaciones sobre experiencias de vida y resistencias que, junto con Juci Reis, compañera de producción y amiga desde los tiempos de universidad, de las cuales surgió el trabajo Africadeus: o repercutir de la música negra (Africadiós: el repercutir de la música negra). En 2013 fui invitada a participar como investigadora en el proyecto Africadeus, producido por Juci Reis, que resultó en el lanzamiento del primer álbum del percusionista y multiinstrumentista afrobrasileño Naná Vasconcelos, que hasta ese momento sólo había sido lanzado en Francia. Fuimos reconocidas en el edicto Funarte Arte Negro brasileño que expresó de manera sublime toda nuestra historia y memoria en Brasil y el mundo.
Investigué y escribí el texto A música negra no Brasil (La música negra en Brasil), que es una referencia que denota una resignificación de la música negra (formas orgánicas y la relación ancestral) y cómo esta trasciende los conceptos de armonía y melodía. Esto puede notarse en procesos similares llevados a cabo por músicos afroamericanos y afrocaribeños, que han dado origen a estilos como el jazz, el blues, el danzón, la guaracha, así como la incorporación de la marimba o dimba (kimbundú), instrumento de origen africano que ya existía hacía siglos y que, en el siglo XVI, debido al intercambio cultural, llegó a las Américas, donde fue adaptada y hoy día hace parte de la música de varios países, especialmente Guatemala, Nicaragua y los estados de Oaxaca y Chiapas en el sur de México.
La música negra en Brasil
De entre las formas negras de autoinscripción, la música es, sin duda, una de las expresiones más sublimes. Capaz de llevar en sí elementos sagrados y ancestrales de las diferentes culturas presentes en Brasil, la música negra ha demostrado su carácter inventivo y moderno cuando es amplificada en los pulsantes sound systems o, simplemente, en el eco de sus reverberantes tambores. En ese sentido, el fenómeno de la música afrobrasileña ha merecido nuestra atención por sintetizar en sus letras, ritmos y danzas un universo de sensaciones que sobrepasan la barrera de la simple audición, configurándose como uno de los elementos fundamentales de la cultura negra en Brasil.
Fue al interior de la coyuntura esclavista, con toda su violencia y segregación racial, que las poblaciones negras reconstruyeron “pequeñas Áfricas” a través del Brasil, Áfricas que fueron recreadas en un espacio social, históricamente diferente, y extremadamente plurales. Recreadas en el interior y fuera de las barracas, en los aglomerados urbanos de las ciudades brasileñas, en las áreas rurales, en palenques, en el seno de la familia esclava, familia que iba más allá de los lazos sanguíneos que incluían a las madres, padres y hermanos de santo1 ligados por las religiones afrobrasileñas guardianas de gran parte de la memoria de los esclavizados en el país2. Y fue en ese rehacer de las Áfricas en Brasil que toda sonoridad y estética negras generaron variaciones rítmicas que fueron del lundú al jongo y el caxambú en el sureste del país, o los diversos tipos de coco (de cordón, de pareja, de roda, virado, bambeló) al norte y nordeste, hasta los variados estilos de samba (de roda, lenzo, rural, maculelé, bate-baú, partido alto y tambor de criolla) esparcidos por el país3.
Contrariando las jerarquías, desconcertando a las vanguardias intelectuales, las canciones creadas por los negros, los esclavizados o ex esclavos autodidactas o estudiosos, se transformaron en verdaderas plataformas de discurso, en las que hombres y mujeres de raza negra traducían en notas, toques y acordes el terror de la esclavitud, las angustias de una libertad restringida, las tradiciones religiosas afrocentradas reconstruidas y reformuladas en las Américas e, inclusive, el deseo de una vida bohemia o de una vida con amor/amores, así como el deseo de otras felicidades.
Se cantaba para trabajar. El canto de trabajo hizo y aún hace parte del cotidiano de las poblaciones negras sea en Brasil o en otros lugares del territorio de las Américas donde los africanos fueron llevados para el trabajo forzoso. Una gran parte de los ritmos musicales marcadamente negros surgió de cantos de trabajo en la plantación o la cosecha, entre los cargadores de calle quienes, al llevar todo lo que precisaba ser cargado en las ciudades y los muelles, iban entonando cánticos que dictaban el ritmo del trabajo. Cánticos que eran la expresión de los deseos de libertad, ¡cantos subversivos que tejían todo el tiempo críticas al régimen esclavista sin que el blanco las percibiera!4 Tanto la música como la religiosidad fueron las expresiones elementales de la visión africana del mundo traída al Brasil. Se canta para trabajar, se canta para que “baje” el santo y se canta para que el santo “suba”.
En las religiones afrobrasileñas la música es el elemento primordial para el inicio de cualquier ceremonia. Son los diferentes ritmos dictados por instrumentos de percusión con los tres tambores o atabaques presentes en el candomblé baiano, el rum, el rumpí y el le5, cencerros, toques y cantos que dictan el inicio, la continuidad y el fin de las ceremonias religiosas. La música “establece la comunicación con el mundo invisible de las divinidades6”. Los toques identifican a las divinidades y quien toca sigue el ritmo de los dioses.
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