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Luisa Geisler

 

 

En 2012, Luisa Geisler fue elegida por la revista Granta como una de las mejores jóvenes novelistas brasileñas. Es autora de tres libros publicados en Brasil. Su primer libro, Contos de mentira (2011), fue galardonado con el Premio SESC de Literatura y fue seleccionado para el Premio Jabuti de Literatura. La novela Quiçá (2012) también fue galardonada con el Premio SESC de Literatura y preseleccionada por el Premio Jabuti, el Premio Machado de Assis y el Premio São Paulo de Literatura. En 2016, la novela fue traducida y publicada en España por Siruela Ediciones.

Su más reciente novela, Luzes de emergência se acenderão automaticamente (2014), fue preseleccionada para el Premio Océanos de Literatura y fue traducida y publicada en Argentina en 2017 por Blatt & Ríos. Luisa ha participado en proyectos artísticos como la BridgeWalk AudioWalks de la Galería Serpentine de Londres (junto con autores como Adam Thirlwell, Chimamanda Ngozi Adichie y Valeria Luiselli), el 89plus (bajo la curaduría de Hans-Ulrich Obrist y Simon Castets) y el programa de residencia Writers Omi en Ledig House en Nueva York.

Ha colaborado con importantes periódicos brasileños, como Folhade São Paulo, Estado de São Paulo y OGlobo. Ha participado de eventos literarios en Brasil e internacionalmente, como la Festa Literária de Paraty, Flipoços, Bienal do Livro de São Paulo, Bienal do livro do Rio de Janeiro, el Boston Book Festival, la Feria Internacional de Libro de Guadalajara, eventos en universidades brasileñas e internacionales, como Boston University, UCLA y la Printémps Litteraire Brésilienne, en la Sorbonne.

Su ficción y otros escritos han sido publicados en Argentina, Austria, Chile, Francia, Alemania, Japón, España, Estados Unidos y Reino Unido. Actualmente trabaja como traductora literaria.

Luisa nació en Canoas, en el sur de Brasil, en 1991.

 

Fragmento de la novela
Las luces de emergencia se encenderán automáticamente



  1. Café con hongos

El día en que Henrique decide escribirle una carta a su amigo que está en coma, el café se llenó de hongos. Así como el tiempo, que sólo se nota en las arrugas, el café se llenó de hongos. En el líquido negro de la cafetera surgen unos pelos blancos y pegajosos, flores de loto de la podredumbre. Sólo por el comentario de Manuela es que Henrique se entera, se da cuenta, lo nota. Bostezando, responde:
—¿Ese que está en la jarra? Manuela sonríe:
—Hasta se lo ve lindo.
Henrique se levanta y va a la mesada, se detiene ante la cafetera. Saca la jarra. Observa el hongo, el café, la jarra, las marcas de café. Piensa en las veces en las que el café pudo haberse llenado de hongos, los lugares, la mesada, incluso…
—¿Cuándo fue la última vez que usaron la cafetera, Ike?
Él se queda pensativo. No lo sabe. No sabe por qué sus padres no lo han notado todavía. Suspira:
—Bastante antes.
—¿Bastante antes de qué…?
Henrique mira la pelusa de los hongos en el café.
—¿Ike?
—Creo que hice café cuando fui a visitar a Gabi para el cumpleaños.
—¿En noviembre?
—Sí.
Aquel día no tomó el café que había hecho. Había visto el agua hervir y vuelto a la cama. Henrique sabe que hace mucho tiempo que no toma café. Sabe que faltan tres semanas para Año Nuevo. Y, sobre todo, sabe que hace mucho tiempo que no piensa en Gabriel.

2. Las canoas no vuelan Canoas, 10/12/2011 Gabi,

Cecília fue la primera en venir a verte cuando todo se tranquilizó. Todavía estabas en terapia intensiva. Era mi segunda visita. Le dije que no ibas a despertarte tan rápido, pero era más para que se fuera que por lo que yo realmente sabía.
“Avísale que pasé, ¿eh?”.
Ahora estás avisado. Ella tenía una caja de Ferrero Rocher, pero se la llevó. Cecília tenía aliento a chicle de menta, pero (en ese momento) estaba mezclado con olor a hospital. Me pasó un librito de palabras cruzadas nivel intermedio:
“Para que te entretengas”.
Cuando lo terminé, dejé de venir al hospital. Ya no tenía en qué pensar. Vos estabas ahí lleno de tubos, Manu me mandaba miles de sms todo el tiempo, que por qué no estaba con ella, el lloriqueo. Cuando estabas en terapia intensiva, por lo menos podía verte respirar. Después de que cambiaron los aparatos, lo único que me preguntaba era si realmente respirabas.
Y no volví.
Cecília dejó un número de celular para llamarla si fuera necesario. Dijo que lo había cambiado. Pero creo que no es necesario, vos tenés su Facebook.
Pero de esto pasó un tiempo y creo que perdí el papel. Discúlpame, Ike Canoas, 10/12/2011 Gabi,
¿vos vas a leer esto?
Hace unos días vi que el café tenía hongos. Fue a principios de mes. Habría querido sacarle una foto, llamarte. Me parece que te iba a gustar. Yo no sabía que al café le salían hongos. Tenía olor a pared. Mi vieja se rio y mi viejo hasta ahora seguro que no vio ninguna diferencia. A Manu le dio un ataque, me dijo que era un cerdo y antes de que me diera cuenta se le estaban cayendo las lágrimas. Me preguntó si era poco cuidadoso con el café de la estación de servicio.
“Manu”, le dije, “a mí me pagan por cuidar las cosas del local”.
Ella lloró más todavía, las lágrimas le rodaban por la cara. Debe ser que le está por venir. O qué sé yo, no me gusta pensar que es eso porque se la pasa tan irritada últimamente que le debe gustar la menstruación. Pero se puso a llorar, dijo que yo estaba extraño, que necesitaba un psicólogo, que ya no era el mismo. Todo por un café con hongos. Todo bien pero eso no es la menstruación.
El resto, todo igual.
Ahora se me dio por pensar si tu pelo, tus uñas, tu sangre no se llenan de hongos. Hace tiempo que no voy a verte al hospital. Bastante tiempo. Hablemos,
Ike

Canoas, 10/12/2011 Gabi,
¿vos vas a leer esto?
Hace unos días vi que el café tenía hongos. Fue a principios de mes. Habría querido sacarle una foto, llamarte. Me parece que te iba a gustar. Yo no sabía que al café le salían hongos. Tenía olor a pared. Mi vieja se rio y mi viejo hasta ahora seguro que no vio ninguna diferencia. A Manu le dio un ataque, me dijo que era un cerdo y antes de que me diera cuenta se le estaban cayendo las lágrimas. Me preguntó si era poco cuidadoso con el café de la estación de servicio.
“Manu”, le dije, “a mí me pagan por cuidar las cosas del local”.
Ella lloró más todavía, las lágrimas le rodaban por la cara. Debe ser que le está por venir. O qué sé yo, no me gusta pensar que es eso porque se la pasa tan irritada últimamente que le debe gustar la menstruación. Pero se puso a llorar, dijo que yo estaba extraño, que necesitaba un psicólogo, que ya no era el mismo. Todo por un café con hongos. Todo bien pero eso no es la menstruación.
El resto, todo igual.
Ahora se me dio por pensar si tu pelo, tus uñas, tu sangre no se llenan de hongos. Hace tiempo que no voy a verte al hospital. Bastante tiempo. Hablemos,
Ike

 

Canoas, 12/12/2011 Gabi,
“Quedan libres de esta tortura. Por ahora. Hasta el año que viene”. Eso dijo Barbosa después de entregar los exámenes. O sea, es oficial: pasé las materias del semestre. Y, más importante aún, no me quedé sin plata. Creo que el semestre que viene me sale una pasantía y me voy de esa mierda de estación de servicio. Si me sale la pasantía hasta puedo hacer más materias en la facultad. Imagínate, con una beca Fies que me cubra el 75%. Pero no puedo pensar en eso ahora. Ni quiero. En los últimos tiempos, soñar es un lujo que no puedo darme. Tengo que cortarla. Empezaron las vacaciones de la facultad y quiero irme de acá. Quiero vivir en Porto Alegre. O más lejos. Hasta en São Leopoldo sería mejor, mirá lo que te digo. Ellos aceptan que, ok, hay una cultura alemana y todo eso. Acá hay una cultura tren. Vos entendés por qué detesto este lugar. Vos lo entendías. Te quejabas del Trensurb conmigo, del tren entre seis y siete y media, de los días fríos en los que todo el mundo dejaba las ventanillas cerradas y compartíamos la gripe, de las personas que tenían que bajarse en el Mercado y viajaban pegadas a la puerta desde Unisinos.
Debe ser porque alguno de los feriados del 7 de septiembre llovió. No sé si el último o los dos. Pero el 7 de septiembre significa cancelaciones, atrasos, días sin manifestaciones, sin música. El 7 de septiembre era siempre el feriado en que tenía que quedarme en casa, los asados que no iban a existir, mi vieja irritada porque no caía nadie más. Entonces nos venía a buscar el papá de Léo, a las puteadas, y nosotros nos quedábamos jugando a la SNES en casa de Léo hasta que alguien nos trajera de nuevo a casa. Sí. Creo que por eso odiamos esta ciudad y nos hicimos tan amigos. ¿Tuviste novedades de Léo últimamente? Y los dos odiamos Canoas. Debe estar relacionado con esos acontecimientos que todo el mundo comparte.
Creo que porque el eslogan (?) de la ciudad es “Vuela Canoas”, sin coma. Ok, ok, es por el avión, el símbolo de la ciudad, “la importancia de la Aeronáutica para el desarrollo municipal”, la capital del avión.
Creo que también debe estar relacionado con el hecho de que la señorita Zilá siempre me retaba porque no usaba la coma con los vocativos, pero uno tiene ahí esa mierda de avión en la plaza principal. Vuela Canoas.

 

Geisler, Luisa
Las luces de emergencia se encenderán
automáticamente
Argentina: Blatt & Ríos, 2017