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Maurício de Almeida

 

 

Campinas, 1982. Graduado en antropología, es autor de Beijando Dentes (Besandodientes) (Record, 2008), vencedor del Premio Sesc de Literatura 2007 en la categoría cuentos, y de la novela A Instrução da Noite (La instrucción de la noche) (Rocco, 2016). Participó de las recopilaciones Como se não houvesse amanhã (Como si no hubiera mañana) (Record, 2010), O Livro Branco (El libro Blanco) (Record, 2012), Desassossego (Desasosiego) (2014) y A extração da pedra da loucura (La extracción de la piedra de la locura) (Egalaxia, 2014).

Colabora en sites y revistas con reseñas y artículos sobre literatura, teatro y música. Tiene cuentos publicados en diversas revistas y periódicos, además de traducciones al español en la Machado de Assis Magazine y al inglés en Contemporary Brazilian Short Stories.

En colaboración con el periodista João  Nunes,  escribió  las  piezas  Transparência  da Carne (Transparencia de la carne) (llevada a escena por el grupo República Cênica,   de Campinas), No meio da Noite, Verão, Streaming y Arthur & Paul (En medio  de  la  Noche, Verano, Streaming y Arthur & Paul), aún inéditas. Con el cineasta Caue Nunes, firmó el guion del cortometraje 3×4, vencedor de la categoría de cortos regionales en el 4º Festival de Paulínia en 2011, y del cortometraje Ao redor da mesa (Alrededor de la mesa) (basado en el cuento homónimo del autor y que fue aceptado en el Short Film Corner de Cannes).

A instrução da noite (Rocco, 2017) fue vencedora de la categoría mejor libro del año de autor debutante menor de 40 años, del Premio São Paulo de Literatura en 2017. En la novela, de Almeida teje con gran habilidad el drama psicológico vivido por cada uno de los personajes de su intrincada trama familiar.

 

Cuento “Duelo” incluido en el número 4 de la Revista Machado de Assis



(Apunto un arma hacia él) No consigo imaginar que más quieres de mí, me asusta hasta tu comportamiento demente, aun silencioso y distante, pero no me impide ni me impedirá cuestionarme, ¿por qué esperas tanto si sabes que no puedo dar?, si sabes que, ¿aunque pudiera, no daría? Hace mucho intento entender lo que pasa, me esfuerzo hasta casi deshacerme, dejando de lado lo que me incomoda, desapareciendo debajo de la cobardía de no decir cualquier cosa que le hiera, (arrimo con fuerza mi arma en su barriga), de no hacer cualquier cosa que le lastime. ¿Entonces? ¿Para que sirvió tanto cuidado? ¿De qué valió tanta evitación? ¿Tanto tacto? Es ridículo evitar cualquier disparo, ridículo cómo intentas ignorar lo que te digo o fingir que no ves el arma que meto en tu estómago (siento su arma hundirme el estómago y me asusto) y que todo está trémulo en la punta de mi dedo que lame con lascivia el gatillo. Vamos, destruye esa arma de porquería tira por los rincones mis pedazos que ensuciarán tus manos, tapa de una vez el caño que arrastras de un lado a otro en mi pecho (afirmo la voz y él baja la cabeza), no huyas de lo que te es inevitable: destruye lo que no puedes tener, acaba con la angustia de ver y no tocar jamás, revienta en un grito repleto de pólvora el constante pavor de arder en silencio bajo de la certeza de que nada tendrás de mí a no ser la negligencia y quien sabe un poco de atención, expone al menos esta vez lo que te corroe y escupe sobre el hueco que se me abrirá en el tórax, pues cualquier cosa es mejor que ese martirio silencioso por el cuál, al torturarte, me torturas también. ¿Qué hay de equivocado? ¿Una vez más te vas a esconder detrás de alguna excusa? (Siento su arma temblar en mi pecho) ¿va a forjar otro brote, otra fuga, otro miedo para justificar la debilidad de no poder apuntarme el arma? Vamos, vamos (él arrima con firmeza el arma en mi estómago), termina de una vez este sufrimiento que también es mío, pues, aunque me reconozca inocente, no soporto la culpa de no saciarte. Extirpa mi angustia de ser amado y odiado, el peso insoportable de ser dos, antagónicos e imposibles, siempre bajo la mira implacable de tu revólver trémulo, amenazado por la furia que te aplaca en las noches apretadas o en los pelos confusos de otros pechos (sus dedos son inseguros en el gatillo), más jadeantes y decididos que el mío. Ahoga mi esquizofrenia de estar dividido al medio, aunque me sienta sólido y responsable, acaba con el gusto amargo que me retuerce la boca al tragar tu silencio casi agresivo cuando, la verdad, conozco el sonido noctívago de tus hipos y la angustia de tus dedos desgastando la piel de tu cuerpo (él llora, pero entierra el arma en mi ombligo), conozco muy bien tu suspiro de torpor al apretarme las manos intentando vaciarte de cualquier deseo, e incluso el ruido lleno de horror que se te escapa de la boca al sonreír con insistencia a mi silencio, mucho más violento que el tuyo, mucho más potente e irónico, mucho más (él dispara y, en una explosión, me quedo sin aire) dolorido de lo que podrías imaginarte.

(Apunto un arma hacia él) ¿Podrías imaginarte qué dolor es este? ¿Puedes bajar del confort de tus altos zuecos y sentir que nunca estoy a flor de piel, pero antes con espinas fincadas por todo el cuerpo? No puedes ni quieres. ¿Y en lo que a mí  se refiere? ¿Qué hago cuando todo me es imposible y por eso mismo penetro en brazos torcidos, desparejos y llenos de manchas, agarrando algunas migas que la fortuna me tira? ¿Voy a alimentarme del desdén? Pues es lo que me sobra. ¿Qué hago cuando me arde el estómago, este mismo en el cual hundes el arma? ¿Qué hago cuando todo arde en mí y no tengo nada además del refugio oscuro y esfumado de cuerpos dispersos, tan escondidos y disimulados como el mío? No tenerte y tenerte tan cerca es el infierno, pues preciso satisfacerme con lo que me es suficiente (meto con toda la fuerza el arma en su estómago). Soy consciente de los límites de mis dedos sobre tus brazos o de nuestras manos enlazadas en un aprieto rápido y cordial – y justamente por la conciencia de saber lo que me es interdicho prefiero el silencio de una negligencia tan forjada como dolorida. ¿Crees que no sufro? (Miró hacia sus pies) ¿Crees que tengo algún placer de buscar de todas las maneras odiarte? Cuento los diez dedos de tus pies, aprecio el contorno circular de cada uno de ellos, inspiro el hábito rosado de cada uña y aguanto – como aguantaría una paliza – las ganas de besarlos. Soporto la incomprensible voluntad de lamerlos y lamer aun el piso bajo el cual ellos se desparraman, ora firmemente retraídos, ora descuidados como el resto de los pies. ¿Cómo lo podría evitar? ¿Es posible saber el momento exacto en el cual un par de pies te encenderá el sexo? (Procuro sitiar el arma entre sus costillas) Es el deseo: ¿qué más piensas que sujeto entre los dientes cuando contraigo el mentón en una sonrisa forzada? ¿Por qué crees que fingía sorpresa cuando me decías, siempre exageradamente jovial, que yo te enseñé tantas cosas? (Él se asusta y empuja su arma en mi barriga) Entiende: como estoy acostumbrado a hacer, preferiría yo mismo apuntarme el arma y deshacerme en una sobra amontonada de nada. En definitiva, ¿qué me sobra a no ser la convivencia forzada con el cadáver pudriéndose que siento? No imaginas el olor pesado que me ahoga el sueño a la hora más distante de la noche. (Sus dedos firmes en el gatillo) Con que pavor miro tu estómago cuando mi voluntad era tomarlo en un sólo golpe, amarrarlo con las sábanas saladas por el sudor de noches de luna caliente hasta el momento en que te confesarías apasionado por mí. ¿No ves el deseo instalado en cada bala de este revólver? ¿No percibes que cada tiro explotará también por la culata? (Él tiembla, pero, pero hunde el arma en mi ombligo) Tú siempre has sido ingenuo. Y yo, egoísta. ¿Cómo destruir así algo que amo por la imposibilidad de tenerlo? ¿Cuán egoísta puedo ser al meter con tanto placer el dedo en este gatillo que puede acabar en un pestañeo con algo tan bello? Tal vez yo sí sea suficientemente egoísta (él dispara y, en una explosión, me quedo sin aire), por saber que en mí algo también está muerto.

 

de Almeida, Maurício
Revista Machado de Assis, número 4