Bernardo Carvalho
Bernardo nació en 1960, en Río de Janeiro. Es escritor, periodista, dramaturgo y traductor. Es autor de un libro de cuentos (Aberração, 1993), de dos obras de teatro y once novelas, entre ellas, Nove Noites (Premios Machado de Assis y Portugal Telecom), Reprodução (Prêmio Jabuti) y el reciente Simpatia pelo Demônio.
Publicados en Brasil por la editorial Companhia das Letras, sus libros están traducidos a más de diez idiomas. Su obra Dizer o que você não pensa em línguas que você não fala, escrita para el grupo experimental Teatro da Vertigem y publicada en Francia (ed. Les Solitaires Intempestifs), se estrenó en el antiguo edificio de la Bolsa de Valores de Bruselas, en 2014, antes de ser presentada en la selección oficial del Festival de Avignon del mismo año.
Colabora con artículos, ensayos y narrativas en publicaciones de varios países. Algunas de sus crónicas, críticas y ficciones cortas publicadas en la Folha de S. Paulo fueron reunidas en el volumen O Mundo Fora dos Eixos (Publifolha, 2006).
Actualmente forma parte del cuadro de columnistas de la Folha de S. Paulo, periódico para el cual también trabajó como corresponsal, en París y en Nueva York. Bernardo Carvalho es representado por la agencia Rogers, Coleridge and White.
Fragmento de la novela Reproducción
Todo comienza cuando el estudiante de chino decide aprender chino. Y eso ocurre precisamente cuando empieza a pensar que la lengua propia no da cuenta de lo que tiene que decir. Está claro que eso también significa que la posibilidad de decir no está en el chino propiamente dicho, sino en una lengua que él solo imagina, porque es imposible aprenderla. Es en esa lengua que a él le gustaría contar su historia. Vamos a llamar “chino” a esa lengua, a falta de un nombre mejor. A él le gustaría decir, en chino: “Es un lugar común viajar para olvidar una desilusión amorosa, pero es imposible escapar del lugar común”, solo que no puede hacerlo, porque no llegó a esa lección. El estudiante de chino está camino a China justamente para escapar del infierno de los últimos siete años, seis de ellos divorciado, desempleado y estudiante de chino, cuando se topa en la fila del check-in con la profesora de chino desaparecida dos años antes cuando, de un momento para el otro, sin explicaciones, abandonó las clases individuales que le daba en la escuela de chino, obligando al estudiante a continuar el curso con una sustituta. Desde que la profesora desapareció, el estudiante de chino, que en los últimos años había transformado los comentarios anónimos en Internet, y en especial los repugnantes, en su principal actividad diaria, esperaba una emergencia y un pretexto para comentar también la historia de ella, y la reaparición inesperada de la profesora de chino en la fila del check-in le parece más que suficiente.
La primera vez que la vio, creyó que ella no era china. Es verdad que el estudiante de chino estaba bajo el efecto de la irritación al descubrir que la antigua profesora había sido sustituida sin que él hubiese sido consultado. No era la primera vez. Ninguna profesora se quedaba en la escuela. Ya era la tercera que conocía en tres años. A la primera la despidieron porque necesitaba viajar con la madre a China. Como no había ni feriados ni asuetos en la escuela de chino, nadie podía dejar de dar clases de chino, nunca. El viaje de la primera profesora, que acompañó a la madre anciana para que volviera a ver a su hermano al borde de la muerte, fue considerado como abandono de empleo, y se recibió un castigo acorde, con despido por causa justa (por así decir, porque tampoco había contratos en la escuela de chino). La profesora que consiguieron para sustituirla se dejó explotar mientras le fue conveniente. Y, en algunos meses, después de recolectar en una pequeña libreta los teléfonos de todos los alumnos de la escuela que habían pasado por sus clases y a los cuales podría ofrecer sus servicios sin necesidad de intermediarios, pidió las cuentas, engañando a la directora, que era quien en rigor debía explotar y engañar a los empleados.
La tercera profesora de chino lo recibió en la puerta de la escuela con una sonrisa china (y aquí el adjetivo no encierra ningún prejuicio, tal como el estudiante de chino insiste en decir siempre que se ve acusado de racismo; es, más bien, la traducción aproximada de una expresión intraducible), cantando en chino, para no dejar dudas de que ella era la nueva profesora. Siempre que es acusado de racismo, el estudiante de chino responde que es brasileño, como si así estableciera una contradicción en los términos y, para probar lo que dice, suele recurrir al gastado alegato de que el pasaporte brasileño es el más codiciado por los terroristas internacionales, ya que admite todos los tipos y todas las razas. Desde el inicio, en cada cambio de profesora, el estudiante de chino se sintió engañado, como brasileño, sin entender la razón de las sustituciones y sin poder hacer nada para revertirlas, por más que estuviera adaptado al método de la profesora anterior (y por malo que fuera ese método), dado que los cambios solo le eran anunciados (o ni siquiera eso) cuando ya estaban consumados. El agravante era que la nueva profesora, cantando en la puerta de la escuela, no parecía china –y no solo físicamente–, aunque mantuviera aquella sonrisa indescifrable. Hablaba una lengua todavía más incomprensible que la de las profesoras anteriores. Un chino que no correspondía ni siquiera a la transliteración oficial del pinyin, la transcripción fonética, en alfabeto latino, que en principio debería guiar a los occidentales, permitiéndoles reproducir el sonido de los caracteres, o por lo menos imaginarlos. Además de la confusión clásica y caricaturesca entre “r” y “l”, que en general cometen los chinos en lengua extranjera, ella también cambiaba las “ch” por las “s” y viceversa, exclamando “¡saparrón!” cuando llovía o intentando explicar al estudiante desorientado lo que era un “chapo”, el anfibio que se pone a croar cuando cae un “saparrón”.
Lo que ocurre en el aeropuerto es realmente extrañísimo. Cuando el estudiante de chino entra al salón de embarque, la profesora que él no ve desde hace dos años ya está en la fila del check-in, tomada de la mano de una niña de más o menos cinco años, china como ella. Todo es chino. El estudiante de chino se acerca y dice su nombre. La profesora se vuelve, asustada, como quien ve una aparición. Pero antes de que ella pudiera responder, un hombre empuja al estudiante de chino por la espalda, apartándolo hacia un lado y terminando con la conversación. Él arrastra a la profesora por el salón del aeropuerto. A mitad de camino, antes de desaparecer, dejando atrás al estudiante de chino frente al carrito de maletas abandonado, la profesora se vuelve hacia él y dice algo, en chino, que él no entiende. Los chinos en la fila, que podrían entender algo, no se atreven a mirar hacia ella o hacia él, como si bastara mirar para correr el riesgo de acabar como la profesora de chino. Más que ignorar al estudiante de chino, fingen que no vieron nada. En China nadie necesita de una escuela de lenguas para aprender a comportarse.
Carvalho, Bernardo
Reproducción
Argentina: Edhasa 2016