FRAGMENTO DE LA PERLA ASESINA.
HISTORIA DE UN ANEURISMA
Camino hacia el quirófano, la camilla atraviesa pasillos helados, pero el frío que me corroe no tiene nada que ver con la temperatura del día. No me importa el frío, insólito en un hospital de primer mundo. Entre mi cuarto y la mesa de operaciones hay un largo camino. Cuando era niño, en la clase de Educación Física nos hacían saltar desde una altura de cinco metros hasta una lona sujetada por los más fuertes de la clase.
El que no saltara era suspendido hasta el día en que tuviera valor para dar el salto. Perder clases significaba reprobar a fin de año. La materia de Educación Física era obligatoria. El vuelo entre la viga y la lona tomaba tiempo, uno perdía el aliento. Ese espacio corto-largo me intrigó siempre. Al ver a los otros saltar, notaba que todo se resolvía en segundos. ¿Por qué yo me tardaba tanto? ¿Los demás sentían lo mismo? Ése fue para mí uno de los primeros misterios del tiempo.
Ahora siento la misma ansiedad por aterrizar en la lona, queriendo llegar pronto hasta su cen- tro, sentirme anestesiado, dormirme. Es un desafío el que me anima, sin miedo a la muerte. Morir durmiendo. ¿Cómo será el tránsito? ¿Y el otro lado? Lo peor de todo, lo que me aterra, es sobrevivir con secuelas transformado en un vegetal lúcido, con pérdida del lenguaje, de los movimientos, de la visión. Un riesgo, el juego comenzó. ¿De esa sala va a salir otro Ignácio? ¿O nadie?
¿Cómo reaccionarán a mi muerte los que me quieren? ¿En las Jornadas Literarias de Passo Fundo pedirán un minuto de silencio? ¿El Colegio Anglo de Rio Preto le dará el día libre a los alumnos? ¿Y también la escuela del padre Antônio Vieira, en São Paulo, donde aparece mi nombre en el directorio académico? ¿Me velarán en la Casa de Cultura de Araraquara? ¿Será un día feriado en la ciudad? Los vendedores de sándwiches, frutas y jugos a las puertas del cementerio, ¿tendrán buenas ventas, se sentirán agradecidos? “En el entierro de don Ignácio vendimos todito.”
Siempre pensé en un funeral alegre, con personas cantando, y la música de una banda. En cierta ocasión le dejé a mi amigo Gadelha una breve lista con mis canciones favoritas. ¿Quién puede cantar “I’ve seen that face before” como Grace Jones? ¿“Estrela da tarde” como Carlos do Carmo? ¿“Molien- do café” como Lucho Gatica? ¿“Quizás, quizás, quizás” con el acento de Connie Francis? ¿“Sa jeunes- se” como Yves Montand? ¿“Ne me quitte pas” como Jacques Brel? ¿Qué banda toca la rumba “Oye negre” como Maria Bethania? ¿“Lamento boricano” como Caetano Veloso? ¿“Hernando’s hideway” como Doris Day? ¿“Que je t’aime” como Johnny Halliday? ¿“Alfonsina y el mar” como Mercedes Sosa? ¿“Delilah” como Tom Jones? “¿Por qué te vas?” como Jeanette (de la película Cría cuervos)? ¿“Amore Fermati” como Fred Bongusto? ¿“Estambul” como Caterina Valente?
Canciones que en otros tiempos me llenaron la cabeza, marcaron instantes. En la escuela en la que estudié, Coral do Ieba, cantábamos “Caboclo faladô” en la clase de química. Las fórmulas se mezclaban con el refrán: “Num paraba de falá, num paraba de falá”.* “Love is a many splendored thing” revive, en el footing de los años cincuenta, con una esplendorosa Marília Caldas, la joven más bella de Araraquara, presentándose con Dedeto, tan amado y disputado por las mujeres. ¡Vaya hora para pensar en eso!
Traducción Delia Juárez G
Editorial Cal y arena, 2015 |